Flores
–Te traeré algo de comer.
–No, espera, puedo… –Víctor se afanó en deshacerse de las numerosas mantas que lo cubrían para saltar de la cama y seguirlo, pero él ya se había marchado.
Con un suspiro de frustración se levantó con dificultad y se asomó a la puerta sin atreverse a salir de la habitación. Conforme se había ido acercando al castillo su tamaño había ido aumentando hasta convertirse en una inmensa mole de piedra cubierta de hielo donde perderse parecía la opción más probable de ser un desconocido el que se pasease por sus pasillos. Las formas que se adivinaban bajo toda el agua y nieve que se había congelado en su superficie indicaban un continuo proceso de crecimiento del edificio a lo largo de su vida habitada, quizá en un muy lejano pasado en el que el verde fuese lo que dominase la vista en vez de aquel blanco casi infinito.
Víctor, inseguro aún de haber despertado, se preguntó qué había sucedido. Recordaba haberse abandonado a una muerte segura en cuyos últimos estertores de vida había alucinado un rescate por un ente abstracto dotado de ojos. Si estaba vivo y despierto en ese momento, el hecho de que aquel hombre, o muchacho, o lo que fuese, fuera el dueño de semejantes ojos significaba que un habitante de aquel lugar donde parecía imposible la vida lo había visto y había acudido en su ayuda. Recordaba haber oído su voz pero no acertaba a rememorar las palabras exactas que había pronunciado, aunque sí la leve sensación vigorizante que le habían causado. Tras días de la más absoluta soledad en aquel entorno tan extremo el contacto humano le había sido imposible de creer. Se sorprendió de la rapidez con la que se había adaptado al frío y al aislamiento.
Oyó un tintineo acercarse a la puerta y se dejó caer en la cama. Seguía dudando de que sólo hubiese un habitante en aquel reino, pero no saber si aquel que lo había rescatado era quien había provocado aquel gesto desesperado de locura en pos de la salvación de su madre lo hizo recibir al joven con un escepticismo creciente. Aun así, le agradó verlo entrar con una bandeja cargada de alimentos frescos cuyo aspecto se le antojó inusualmente delicioso. Sin mediar palabra se bebió todo el vino y el agua y devoró todo aquello que pudo antes de que le empezase a doler el estómago.
–He estado días buscándote –comentó el hombre, sentado a su lado, y le retiró los rizos de la cara con una caricia helada cargada de preocupación que hizo a Víctor acelerársele el corazón.
Lo miró estupefacto mientras masticaba y tragaba un pedazo de queso sin poder evitar recordar a su hermana, pero antes de poder decir nada volvió a hablar.
–¿Cómo te llamas?