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Madre

 –Preferiría que salieras con alguien con un nombre más bonito.

–¿Más bonito? ¿Cómo cuál?

–Azul.

–Azul no es un nombre, es un color.

–Es el nombre del color.

–Sí –sabía de la fase de los niños de querer saber el porqué de las cosas, su razonamiento lógico, pero en el caso de su hermana esa fase se había extendido excesivamente en el tiempo.

–Si el color puede llamarse «azul», ¿por qué no se puede llamar una persona Azul?

–Creo que las cosas no funcionan así.

–¿Por qué? –ahí estaba, «¿por qué?»; Víctor había llegado a odiar esa comunión terrible de palabras sin sentido, sabiendo que en ningún momento la respuesta podía ser «porque sí», jamás.

–Hay nombres de persona y hay nombres de cosas. No… –se atajó a tiempo, «no lo sé» era otra respuesta potencialmente peligrosa, ¿qué clase de persona mayor y figura de autoridad podía no saber algo?, y contraatacó con otra pregunta– ¿Por qué «azul»?

–Es mi color favorito.

–Ah…

–¿No te gusta?

–Sí, claro, es un color como cualquier otro.

–Como nombre –al contrario que la mayoría de los niños y muchos adultos, ella no perdía el hilo de su conversación, tenía las ideas claras y fijas en la cabeza, y cuando le asaltaba una duda no podía no empeñarse en resolverla.

–Pues… no me parece muy apropiado para una chica, ¿no?

–No. Pero para un chico sí. Es nombre de chico –decidió y sentenció en ese momento.

–Ya. Pero yo no puedo salir con un chico.

–¿Por qué?

–Yo ya soy un chico –Víctor se sintió desfallecer, como cuando la niña le había preguntado sobre los temas que más dificultad le ofrecían al hablar: el sexo y la muerte.

–¿Y por eso no puedes salir con un chico?

–Sí.

–¿No te gustan los chicos? –Cristina acababa de descubrir un mundo nuevo en el continuum de los gustos, para ella sólo las cosas malas eran dignas de desprecio.

–Pues no.