Cada vez es más difícil intentar comprender las acciones de nuestra especie, frívolamente normalizadas por su constante aparición en los medios. Día a día seguimos el guión de aquella antigua comedia romana donde se decían por primera vez las sabias palabras Homo homini lupus est. Un lobo se comporta así por un instinto básico de supervivencia, no le guía otra cosa que el hambre; nosotros ocultamos nuestras verdaderas razones para actuar así; fingimos ser simples marionetas controladas por la corrupta e irracional sociedad en la que vivimos.
No somos más que trozos de carne.
La mañana del día 9 de Noviembre de 2014 para unos, o el primer día del año TT1 para otros, dieciséis trozos de carne salieron de las dos primeras furgonetas blindadas que pudieron entrar en Cataluña cuando la lluvia comenzó a combatir las ya no tan poderosas llamas de aquel incendio. Enviadas con gran urgencia por el gobierno central, su misión consistía en evaluar la situación tras el incendio para unos, o en apaciguar una posible “revolución” para los otros.
La lluvia golpeó con furia a cada uno de los dieciséis agentes antidisturbios, a medida que sus botas reglamentarias comenzaban a chapotear sobre el barrizal en el que aquel camino rural se había convertido. Tras pasar la noche en vela en el improvisado campamento establecido en la comisaría de Fraga, una localidad situada en la frontera entre Aragón y Cataluña, los agentes habían recibido órdenes de cruzar la frontera a la altura del cruce entre la AP2 y el río Cinca. La zona había sido elegida por tratarse de una área rural con pocas viviendas y amplios campos de cultivo; supuestamente los agentes disfrutarían de una excelente visibilidad por tratarse de un terreno muy llano.
Pero la visibilidad en aquella mañana era bastante limitada; la lluvia caía formando un denso e impenetrable telón. A unos cien metros de aquel convoy, Eva a duras penas podía dirigir el tractor por la estrecha vía agrícola. Bajo la intensa lluvia, el camino parecía redibujarse metro a metro, surgiendo entre pequeños torrentes que fluían a ambos lados de las gruesas ruedas del vehículo.
Y fue entonces cuando de pronto, como si sus ojos se hubieran adaptado a aquella situación, pudo distinguir unas luces a lo lejos. Mientras paraba el motor del tractor, a Eva le pareció que las gotas de la lluvia, que aún golpeaban con fuerza la tierra, volvían a ascender lentamente hacia el cielo. De forma mágica, flotaban en lo alto, allí donde sus ojos no alcanzaban a ver, para luego precipitarse de nuevo contra el suelo, contra sus hombros, contra el metal del tractor; contra el mundo a su alrededor.