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LA MORT QUOTIDIANA

Ha trencat hui l’albada

la mort d’una terra inerta

i la nina desgrana el seu fil:

no ho faces, nina, desperta!

Ja comença a obrir el sol

el caliu de les papallones

i nina abandona el bressol

deixant-hi mortetes rodones.

Nina oblida el que sap

i, conforme obre les parpelles,

el món li arrenca del cap

el que il·luminava amb elles.

Com màgia, així, la convenç

de que ja no paga la pena:

Nina, no veus que eixe llenç

de mort s’ha tornat condemna?

Que li han furtat la paraula,

que li han tancat la boca

i han entrat estranys a casa

a endur-se el que no els pertoca.

I nina, que ho accepta i calla,

no veu que la mort és propera:

El que hui et furten, rialla,

no vindrà amb la primavera.

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Ever wonder if it’s forever, the moment passes,
but I feel you now, all the way down…

Biffy Clyro “All the Way Down”

We seemed to always be the first ones to rescue each album from the stores. And I say rescue, because none of the shop assistants working at those record stores, no matter how much they loved music, could ever get to treat those little square boxes with the same special care we did.
In fact, we were probably never the first ones. The kind of album that we were looking for, from American or English indie bands, did only reach the shopping center of our village  weeks after its original publication abroad.

It was then that the Barcelona of the late nineties became our little paradise on earth, a paradise with its epicenter in Carrer Tallers, the endless source of the one and only thing that mattered to us in life: music. Stores like Revolver, Discos Castellò or Arise, kept those little gems that we wanted so badly.

The ritual after the release of an album was always the same, but each of the instances became a unique moment, almost as unique as each album. I remember the excitement around the opening of the plastic wrap, inhaling the smell of the paper booklet for the first time, reading the poetry in the lyrics without having heard a song yet. But the real magical moment came with the first listening of the albums opening theme.

“It’s My Job to Keep Punk Rock Elite” of ‘So Long and Thanks for All the Shoes’ by NOFX, “Feticeira” from White Pony Deftones, “Panic”, the ‘Launched’ Beatsteaks, “Glitter and trauma “, from Biffy Clyro’s  album of the same name… the list is endless.

We had a different way of understanding music. We stared at each other without saying a thing – but telling each other everything – while the first notes came out of the huge black speakers in those years. We felt superior to the rest of the world for finding concealed nuances in each song, unveiling clever hidden tricks in the magic of each rhythm, in the mastery of every unexpected change in the tone, in those choruses full of poetry that made our souls explode.

Perhaps someday the time will come when we will realise that we were never that special, that despite what we had always thought, we were no more than simple organisms that are deconstructed with the proper arrangement of notes…

So fragile …

Our soul boiling with every chord, our mind in full swing while deciphering the impossible lyrics of every song.

Those long afternoons lying in bed, the music pounding our eardrums at an insane volume.

And our eyes, lost in a kind of unbelievable trance. Those contained screams camouflaged behind each instrument.

The black rubber flooring of the stage, the yellow light in the tubes. Feeling that the chill that once ran through your skin is still there, endless.

Perhaps someday the time will come when we will realise that we were never that special…

Perhaps…

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Ever wonder if it’s forever, the moment passes,
but I feel you now, all the way down…

Biffy Clyro “All the Way Down”

Parecíamos ser siempre los primeros en rescatar cada disco de las tiendas. Y digo rescatar, porque ninguno de los dependientes de las tiendas de discos que frecuentábamos, por muy amante de la música que fuera, podía nunca llegar a tratar aquellas pequeñas cajas cuadradas con el mismo cariño que nosotros.

A decir verdad, probablemente nunca fuimos los primeros. El tipo de álbum que perseguíamos, de bandas independientes norteamericanas o inglesas, no llegaba al centro comercial del pueblo hasta semanas después de publicarse en su país de origen.

Era entonces cuando la Barcelona de finales de los noventa se convertía en nuestro pequeño paraíso en la tierra, un paraíso con epicentro en la calle Tallers, la fuente inagotable de lo único que nos importaba en la vida: la música. Tiendas como Revólver, discos Castellò, o Arise, guardaban esas pequeñas joyas que tanto deseábamos conseguir.

El ritual del estreno de un disco era siempre el mismo, pero cada una de las repeticiones se convertía en un momento único, casi tan único como cada disco. Recuerdo los nervios al abrir el envoltorio de plástico, al oler el papel del libreto por primera vez, al leer la poesía en sus letras sin haber escuchado aún las canciones. Pero el verdadero momento mágico llegaba con la primera escucha del tema que abría cada álbum.

“It’s My Job to Keep Punk Rock Elite” del ‘So Long and Thanks for All the Shoes’ de NOFX,  “Feticeira”, del ‘White Pony de Deftones, Panic”, del ‘Launched de Beatsteaks, “Glitter and Trauma”, del disco bajo el mismo nombre de Biffy Clyro… La lista es infinita.

Teníamos una manera diferente de entender la música. Nos mirábamos sin decirnos nada – diciéndolo todo al mismo tiempo – mientras las primeras notas salían de los enormes altavoces negros de aquellos años. Nos sentíamos superiores al resto del mundo por encontrar matices escondidos en cada tema, astutas triquiñuelas ocultas en la magia de cada ritmo, en la maestría de un inesperado cambio de tono, en aquellos estribillos llenos de poesía que le reventaban a uno el alma.

Quizá llegue el día en el que el tiempo nos demuestre que nunca fuimos tan especiales, que al contrario de lo que siempre habíamos pensado, no éramos más que simples organismos que se desmontan con la configuración de notas adecuada…

Tan frágiles…

El alma hirviendo con cada acorde, la mente en plena efervescencia descifrando letras de canciones imposibles.

Aquellas tardes tumbado en la cama, con la música golpeando nuestros tímpanos, sonando a un volumen demencial.

Y nuestros ojos en blanco, sumidos en una especie de trance inexplicable. Esas ganas de gritar contenidas camufladas tras cada instrumento.

La tarima de goma negra del escenario, la luz amarillenta de las válvulas. Sentir que el escalofrío que una vez recorrió tu piel aún sigue ahí, interminable.

Quizá llegue el día en el que el tiempo nos demuestre que nunca fuimos tan especiales…

Quizá…