Primero le saluda el alba, transformando la tímida luz de la luna en un interminable juego de brillos y sombras, claros y oscuros. Le trae al sol, hirviendo a lo lejos, acariciando su piel desnuda, blanca y desconocida.
Segundo el cielo, empujando a las nubes, acercándolas poco a poco como el humo de un gigantesco incendio, abrazándolo todo; roca y tierra, ladrillo y cristal.
Tercero el rumor familiar de hojas vibrando, del despertar de todas las criaturas bajo el manto azul, seguidoras del astro dorado.
Cuarto el dolor.
Quinto el miedo.
Sexto el rumor extraño de una nueva amenaza; su funesta llegada confirmada, su avance lento, definitivo e imparable.
Séptima la hora muerta, el olor del azufre, el tinte prematuro del cielo, el rojo imposible. Las nubes del luto, negras como almas; el retorno de la noche eterna.
Y por último la noche, la elegante dama que demora su llegada hasta el último momento, le acoge en sus oscuros brazos y funde nube y cielo en un sólo tono. La dama, fría como el hielo, alza el telón final ante los ojos de Francesc.
No ha abierto los ojos desde hace horas. Desde la roca en la que está sentado, en la cima de Sant Jeroni, un simple recorrido con la vista le habría mostrado la magnitud de lo ocurrido. Pero no necesita mirar para saber lo que ocurre a su alrededor. Siente como el virus se extiende a kilómetros de distancia; sabe que no puede pararlo.
Barcelona arde.
El resplandor de las llamas puede verse desde cientos de kilómetros, sirviendo de faro a los cientos de aparatos que sobrevuelan la ciudad condal. Han sido enviados para intentar apaciguar el fuego que consume los más de cien kilómetros cuadrados de superficie que ocupa el incendio, pero Francesc sabe que no va a servir de nada.
Porque el fuego que derrite el asfalto de la Avenida Diagonal, el que retuerce las ramas de los plátanos de sombra en las Ramblas, no es un fuego controlable. Al abrir los ojos, Francesc puede ver como muchos otros focos comienzan a arder en otros puntos; Girona, Lleida y Reus son las primeras en iluminar el cielo de tonos anaranjados. En poco más de unas horas, los focos se extienden hasta tocarse.
Cataluña arde.
Francesc sabe que falta muy poco; su momento casi ha llegado. Mientras las llamas avanzan rápidamente hacia él, vuelve a cerrar los ojos y sigue esperando.