Tag: Pedrolo
30
SI UN DIA EL RIU S’ASSECA
Ahora esperamos que alguien
abra las puertas de los arrabales
para quemar el último recuerdo de los navíos.
Y si algún día llueve,
una larga tarea nos espera en las plazas.
Jesús Hilario Tundidor.
Si un dia el riu s’asseca,
eixiran les bicicletes velles de la infància,
tirem-hi aigua.
El cotxe d’aquell xic
que es va matar per desamor,
tirem-hi aigua.
Els llocs amens trairan delits,
els crancs hi trauran cabets caníbals,
tirem-hi aigua.
El fem infecte que mata peixos
perquè ja sabem de qui és la fàbrica;
i els somriures de les nimfes a l’estiu,
i el pontet que hi ha sobre la cascada,
i tirar-se’n serà només suïcidi,
tirem-hi aigua.
Els homes mostraran cares ronyoses,
tant i tant com tenen l’ànima,
i els ulls que brillen es tornaran tèrbols,
i el molí de blat esdevindrà casa,
i els fills del moliner, ja per si magres,
ploraran crits de veritable gana.
No deixeu que, trencat el reflex,
el llit del riu ens mostre la cara:
tirem-hi tots, vessant cabassos,
el nostre moll silenci d’aigua!
30
Hogar
–Mierda –cuando el muchacho apartó la vista del agua, vio a Kai con un dedo metido en la boca y una gota de sangre deslizándosele por la barbilla desde el labio inferior.
Fue a humedecerse el pulgar como reflejo del gesto que había visto hacer a su madre en numerosas ocasiones, pero en cambio se le acercó, le retiró la mano y le lamió la sangre en dirección contraria a la que había seguido la gota en su descenso. Volvió a girarse mientras la saboreaba para dejar descansar de nuevo la mirada en el agua. Kai sacudió la cabeza para deshacerse de la estupefacción con una sonrisa y retomó su tarea.
En una profundidad del bosque en la que no les era permitido adentrarse corría un río que se curvaba y dividía caprichosamente a lo largo del extenso tramo que se habían atrevido a explorar. El terreno se elevaba de forma desigual y escabrosa, cubierto de hierba y musgo. Sin embargo, en la orilla de una amplia curva rodeada de árboles habían descubierto un pequeño claro que el agua salpicaba rítmicamente y que la luz del sol cubría de un verde vibrante.
Una leve niebla le confería a cada forma un halo fantasmagórico la mañana en la que lo habían encontrado. Habían desembocado entre los rayos de un sol despejado que habían hecho a Kai sentirse transportado, atrapado en un instante en el tiempo mientras las gotas de agua suspendidas en el aire lanzaban minúsculos destellos.
–¿Puedes?
–No es tan fácil –replicó dando la última puntada.
–Podrías haberlos desabrochado.
–Ya. Supongo que a veces me cuesta contenerme –dejó a un lado la camisa con los botones recién cosidos y guardó la aguja para evitar cualquier accidente.
Paseó la mirada entre los movimientos de arena y ramas del fondo del río a través de la perfecta transparencia del agua y siguió el avance de un banco de diminutos peces que se deslizaban entrecruzándose como si realizasen una estudiada coreografía. Desvió la vista hasta su compañero, sentado a su lado con la mirada fija en los vaivenes del agua. Le pareció, como en otras ocasiones, una estatua, con su piel perfecta y fría, que le imponía un respeto reverencial. Y le resultó contradictorio casi no atreverse a tocarlo cuando apenas una hora antes habían hecho el amor en un arrebato de pasión en el que Kai le había hecho saltar los botones de la camisa de un tirón.
29
Os planos de Mireia
Trahamunda estaba a ducharse, relaxándose, ignorante de que ao outro lado da porta, sobre a mesma cama en que pasaran toda a noite a posuírse, Jaume Bastida abría o seu bolso e comezaba un rexistro rápido na procura de información, empezando pola data do seu nacemento. A sorpresa chegou para o home dende o inicio do análise, ao atopar un nome diferente no documento de identidade: Trahamunda Soutullo. E foi ao cismar nese nome que non escoitara nunca, Trahamunda, no impacto que lle produciu a mentira, que non se decatou de que a muller, a tal Mireia, saía da ducha e o sorprendía co bolso aberto entre as pernas.
Ela sentiuse, tamén, sorprendida e, mentres miraba o vaso de auga baleiro sobre a mesiña de noite, decidiu asumir a situación con naturalidade. É un nome galego, é a patroa da morriña. Porque me dixeches que te chamabas Mireia? Non sei, supoño que teño unha crise de identidade. Non me importa, pero como queres que te chame? Mireia, chámame Mireia. Mireia empezou a vestirse e, aínda que soubo que aquilo xa estaba superado, por primeira vez foille difícil establecer contacto visual con Jaume, como se aquela situación estivese planeada para acontecer moito máis adiante, noutra ocasión en que houbese máis confianza. A moza sentíase moito máis ferida ca Jaume que, en silencio, colocou as cousas de volta no interior do bolso e accedeu ao cuarto de baño para ducharse.
Mentres tomaban cadanseu café, cadanseu croissant perfecto, coas capas de milfollas a recender a manteiga de calidade, Jaume preguntoulle á moza que faría, onde iría, cales eran os seus planos. E Mireia atopou na pregunta un xeito de devolverlle a confianza ao amante. Penso gañarme ben a vida co que me gusta, a arte sacra. Restauradora, comisaria de exposicións? Non, roubarei obras por encargo e vendereinas. O movemento causou o efecto axeitado, a Jaume pasoulle un brillo polos ollos e durante uns segundos pensou na casualidade, nas baixas probabilidades que había de que dous ladróns vocacionais se atopasen nunha vila como aquela.
Jaume escoitou con atención, facéndolle preguntas moi concretas, co ánimo de quen está a descubrir algo novo e marabilloso que sempre estivera diante dos seus fociños pero ao que non prestara atención, demostrando un interese que por uns momentos Mireia pensaba finxido. Ela non sabía até que punto estaba a falar coa persoa indicada.
29
UNA DONA ORGASMA
Una dona orgasma asseguda en la dutxa, i es neteja les llàgrimes amb una mà arrugada pel flux i l’aigua temprada. El sexe obert, com una verge privada amb la seua aureola de rínxols daurats, ha recuperat la seua condició de primària veu instintiva bressol de qui la modula, i l’animal –tot just despert- dins del seu cos li recorda novament qui és. Es mira els peus, desatesos com els d’un bebè, i es sorprèn innocent i pura. S’alça, es renta el cos i ix de les portes de cristall, ara entelades.
Enrere, desguàs cap avall, queda una foscor que de vegades li ocupa el cap, l’emboira el cos i es diposita als muscles i al coll, mena de càrrega immobilitzadora. Enrere queda el plor, la urgència per acabar ja, les contraccions que encara palpiten, els pensaments negres i la por. La petita llum que ha crescut al bell centre del seu cos, pujat panxa cap amunt, arribat darrere del pit i fet que el pes de plom que li inundava el cap, l’angoixa, l’empetitiment al cor, es dissolguen i se’n vagen.
La dona ha deixat de pensar: la llum s’ho ha emportat tot. Es mira el braç marcat per les dents que han ofegat el crit, únic record del malson que se li havia apoderat, medul·la espinal cap a baix, de tots els músculs i se sent per fi humanament primitiva, poderosa posseïdora de la pròpia identitat, victoriosa i, per fi, lliure.
29
Fuego
-¿Carencia afectiva? –preguntó Víctor con una media sonrisa.
-Así lo llamaban mis padres. ¿Te parece gracioso? –a Cian aún le costaba diferenciar lo humorístico de la burla.
-No, no; es muy… eufemístico.
-Esto me recuerda a algo que en realidad es gracioso.
-Tu memoria va funcionando muy bien, ¿no? –una vez pronunciado, el comentario sonó más acusador de lo que pretendía, pero Cian respondió sin dar muestra de ofensa alguna.
-Quizá solo estaba congelada, como todo lo demás.
-¿Qué hay de tu nombre? –inquirió con curiosidad, pero él se limitó a encogerse de hombros-. Bueno, cuéntame.
-Interrúmpeme cuando te aburra –le sonrió y Víctor asintió con la cabeza al tiempo que le indicaba con un gesto que comenzase.
–
Aquella tarde Kai había llegado corriendo a casa, había recorrido el pasillo a zancadas, había saltado al jardín y continuado desoyendo los gritos de su madre. Aminoró el paso conforme se acercaba a la cabaña para poder tomar un poco de aire, y cuando la alcanzó le dio la impresión de que estaba vacía. Con más pesar del que se atrevía a reconocer, se asomó de todos modos.
-¿Ne?
-Llegas muy tarde –la voz lo asaltó por la espalda.
-Disculpa –se apartó para dejarlo pasar, cargado de ramas.
-¿Has venido corriendo?
-No habría llegado nunca andando –Kai se dejó caer junto a la chimenea, agotado; y tras dejar los troncos, el muchacho tomó asiento a su lado.
-Ayer dijiste que hoy necesitabas hablar conmigo de algo importante.
-Sí –vaciló- Es… bueno, en realidad sé que no te vas a ofender, pero… Tu… carencia afectiva, como tú la llamas, ¿a qué se debe?
-Yo no lo llamaría así, pero es así cómo lo llaman mis padres. Es vacío. Nací así.
-Hay… he oído teorías acerca de ello. A la gente le encanta hablar de lo que no sabe –hizo una pausa porque desconocía si quería que se las contase e interpretó su silencio y atención como curiosidad-. Al parecer hay quien piensa que alguien te robó lo que quiera que sea que te falta. Hay varias versiones, de hecho. Pero la mejor teoría es en la que alguien, quizá tus padres o quizá tú mismo, en algún momento decidió guardar tu corazón. En una caja. Que ahora está perdida –no pudo evitar una risita nasal.
-¿Una caja cerrada con una llave o una contraseña?
-¿Importa mucho?
-¿No te sería más gracioso perder la llave u olvidar la contraseña pero mantener la caja? –el tono neutro y frío con el que razonó tal idea le produjo un acceso de risa a Kai.
-Perdóname.
-¿Por qué? Es ironía básica. ¿No es inherentemente graciosa?
28
Fuego
Cian llevó las manos a su rostro, mientras se besaban, y lo recorrió con las yemas de los dedos lentamente, como si a través de ellas intentase fabricarse una imagen mental de Víctor, guardarla a fuego en su memoria para que perdurase. Con premura bajó las manos hasta su cuello y terminó de desabotonarle el abrigo, que deslizó por sus brazos y dejó caer en el suelo. Víctor se despojó del jersey con un rápido movimiento y se llevó las manos al borde inferior de la camisa, recogida dentro del pantalón, para soltar los botones, pero Cian se las apartó, a lo que el muchacho respondió retirando la lengua del interior de su boca, atrapando su labio inferior entre los dientes y ejerciendo una leve presión.
Cian terminó de desabotonar la camisa, liberó los faldones y la dejó caer junto al abrigo y el jersey. Por último introdujo las manos por el interior del borde de la camiseta térmica y acarició su tronco y brazos, cuya piel se erizaba con el contacto, mientras la enrollaba para despojarlo de ella. Volvió a rodearle la cintura con los brazos y lo apretó contra sí para besarlo mientras Víctor hundía las manos en su pelo. Con satisfacción notó crecer su miembro, enfundado en el pantalón, haciendo presión sobre el suyo, que palpitaba y lo impelía a arrancarle la ropa, al mismo tiempo que la respiración de Víctor se volvía más pesada y desacompasada, como la suya propia.
Aspiró una gran bocanada de aire, lo asió por las caderas y lo hizo girar a su alrededor con un par de zancadas, colocándolo de espaldas al trono, le soltó la tira de cuero de la hebilla del cinturón con demasiado brío y se golpeó la mano derecha con el metal. Emitió un leve quejido y se la llevó a la boca en un acto reflejo, pero Víctor la tomó entre las suyas, le besó el dorso, le dio la vuelta con cuidado y apretó los labios durante unos segundos en la palma mientras Cian, con la mano libre, le liberaba de los ojales los botones del pantalón.
28
Algo novo
Trahamunda Soutullo aparcou o seu Seat 128 case ao carón dun Seat 124 con matrícula catalá, moi preto das termas romanas. Levantou o queixo para mirar a vila medieval pendurada da montaña. Había anos que a moza visitara por vez primeira Saint Bertrand de Comminges, a catedral de Santa María. Cinco anos atrás, antes de empezar os estudos en Roma foi coa madre superiora do convento onde se criara, unha sorte de agasallo antes de deixar o niño en Ferreira de Pantón, unha lembranza de onde viña, un impulso para seguir o camiño que encetara observando con devoción o arco de San Xoán de Panxón.
Trahamunda tivo que sacar os zapatos de tacón para subir, fíxoo descalza, sobre a herba a rentes do camiño que transcorría ao carón das ruínas do teatro romano. Atopou a Jaume Bastida ao entrar na pousada diante da catedral, tomaría un café antes de acceder ao templo e viuno nunha mesa, solitario e con cara de ter espertado hai pouco dunha sesta longa de máis. Miráronse durante uns intres e ela sentou noutra mesa despois de pedir o café, pero diante da vista do mozo. Cando deu o primeiro grolo el mirábaa. Saudouna cun aceno e ela respondeu co mesmo.
Salut! Salut! C’est un bel soir. Oui. Tu viens visiter la cathédral? Oui, et toi? Moi aussi. Ça fait combien que tu étais ici? Ça fait cinq ans, tu sais comment que j’y suis déjà étée? C’est evident que tu n’est pas d’ici et tu es toute seule. Tu es seul aussi, ou pas? Oui, mais je pourrais être du pays. No, parles malament francès, sembles català i, a més, em sembla que tens un Seat 124 aparcat a baix, al cantó de les termes. Que observadora, em dic Francesc Bastida, i tu? Em diuen Mireia, Mireia Mainer, anem a la catedral? Som-hi.
Entraron na catedral xuntos, á vista da Epifanía e bicáronse diante dos restos sagrados de San Bertrán. Ela faloulle das diferentes fases da construción, a fase románica cos dous inmensos piares que se erguen no nártex, as sesenta e seis cadeiras labradas do fastuoso coro e o exvoto máis curioso visto endexamais: un tremendo crocodilo disecado que descansa, boca abaixo na superficie dunha columna. E antes de entrar na pousada, ela ensinoulle outro recuncho da vila, o lugar onde Guntrán matou a Gundoaldo.
27
EN QUÈ TU VENS A DINAR-ME
Amor, saps?, tot avui, la meva porta
frisant per fer-te pas s’obria sola.
Maria-Mercè Marçal.
Hui vaig a veure’t: cal obrir els panys de casa, les finestres, que entre la llum. El pati, les parets, com floreix tot esperant que tu arribes! La teua imminència crida des del llit, em fa tremolar el cos; tire un parell de coberts de les mans mentre els rente, neguitosa. Una llum xicoteta transforma ara la cuina, els quadres, la panxa, el menjador, aguaitant la teua presència.
Replegue la casa, netege la taula baix de l’ombra de la llimera i dispose dues cadires per seure tots dos: una per a tu, una per a mi. Dubte si posar-les l’una al costat de l’altra –els teus dits recorrent la meua cuixa cap amunt a l’hora del flam-. Pare taula, passant els dits per on passaran els teus llavis, la teua llengua, i els raigs de sol es preparen per veure’t.
Em despulle lentament, mirant front a l’espill com va caient la roba. Em fique a la dutxa, òmplic els meus pits de bromera, el coll, els braços. Veig com l’aigua s’enduu el sabó fent remolins cames avall. Em fregue, em banye, em rasure. M’eixugue, em perfume en l’escot i just darrere de les orelles; el rellotge impenitent rellisca les sagetes contra la meua paciència. Trie amb cura la roba interior, el vestit de cotó, el recollit del cabell. Se m’ericen els mugrons imaginant com puc fer-ho per mossegar-te el coll a la primera ocasió en què et distragues.
Truques a la porta just a l’arribar migdia, ja estàs ací, ja puc sentir la teua respiració per les escletxes. Quan t’obric, et tinc tantes ganes que segur que m’ho notes en la cara. T’agafe les galtes i te les bese, mentre et conduisc al fons de la casa per tindre’t molt a prop i seure –cames contingudes com a bona xica- a aconsellar-te bé per seduir-la a ella: estes coses no les fan les amigues.
27
Outrora había contos
O 124 de Jaume cruzara a pequeniña vila de Vielha durante a madrugada e a piques estivo de coller o desvío á dereita para pasar a noite en Salardú, para visitar a un amigo que traballaba de camareiro na estación de esquí. Pero necesitaba estar só, despois da viaxe polo Dodecaneso estaba esgotado mentalmente, sen gana de pensar en nada, só deixarse levar. Cando os tres membros do Aparatus baixaron do taxi que os traía do aeroporto, Francesc e Marta subiron ao piso e Jaume, sen renovar o contido da maleta, despediuse e foi buscar o coche, para deixarse levar.
E comezou a conducir en dirección oeste, cara a Lleida e parou en Almacelles a tomar un café sen saber que no futuro pararía alí en varias ocasións, naquela retícula deseñada por un arquitecto ilustrado. Pero foi ao chegar a unha intersección, reiniciada a viaxe, onde se lle ofrecía seguir en dirección até Huesca ou coller cara ao norte, cara a fronteira, que se lle ocorreu achegarse a un lugar ao que tampouco pensara nunca que iría. Foi por iso, grazas a unha feliz lembranza, grazas a un libro de arte románica que lera na infancia, que cruzou a fronteira e chegou a Saint Bertrand de Comminges.
A silueta da catedral de Santa María, a sé da antiga diocese de Comminges, erguíase no medio da pequena montaña, marabillosa para os ollos de calquera persoa que leve no interior a semente da idea de que calquera tempo pasado foi mellor. Deixou o coche abaixo, aparcado ao carón das termas romanas, e comezou a camiñar amodiño pola enfesta costa. As ruínas do teatro romano eran evidentes, tamén, á súa esquerda. Parouse a comprobar durante uns intres que algúns construíran as súas casas no espazo que, sen dúbida noutrora, ocupara a escena.
O primeiro que fixo, xa coa luz da mañá sobre as pedras da vila medieval, foi facerlle unha visita ao tímpano que vira naquel libro do pasado, a adoración dos Reises Magos. O seguinte foi dar a volta sobre os seus pasos, baixar as escaleiras e entrar na única pousada do lugar para almorzar un ovo, pan e café negro. Jaume abriu a casca, e antes de botar uns grans de sal no seu interior tivo un estraño impulso por meterse alí dentro e pecharse, que ninguén o atopase endexamais. Pero o arrecendo do interior tróuxoo de volta á realidade.