42

Hielo

La tormenta cedía a cada uno de sus pasos conforme avanzaba por la nieve. Resbaló en más de una ocasión porque apenas recordaba el sustrato terroso que subyacía bajo las innumerables capas de hielo que habían cubierto aquel terreno durante años. Avanzó, de todos modos, en línea recta, vislumbrando ocasionalmente aquella figura vestida de negro que había visto avanzar en la lejanía desde hacía días. Al principio no había sabido cómo interpretarlo. ¿Quién tendría interés en internarse en su reino, cubierto de hielo desde que los antecesores de los actuales habitantes de reinos colindantes tenían memoria? No dudaba de que alguno lo hubiera intentado, pero sabía que nadie había llegado tan lejos en su camino, tan cerca a él.

La respuesta lógica era, pues, que quien fuese venía a recuperar aquello que él había robado. No era la dueña de las flores, de eso estaba seguro, él mismo sabía lo que se sentía, o más bien lo que no se sentía, estando vacío por dentro y, desde luego, no era ansia ni interés por recobrar lo perdido. Cuando lo tuvo lo suficientemente cerca, se estremeció al reconocer al hijo, el muchacho que lo había hecho recordar a Kai.

Lo vio tropezar, caer y volver a levantarse en numerosas ocasiones, mostrando una tenacidad y constancia titánicas, quizá producto de la desesperación hasta que, en plena subida hasta el castillo había desaparecido repentinamente. Apuró la marcha hacia el punto en el que había dejado de verlo y el viento cargado de nieve transportó sus palabras de aliento. Notó encogérsele el corazón en lo que supuso que sería preocupación, agarrándose a su pecho como una pequeña porción de un miedo paralizador.

Te he estado buscando tanto tiempo

Lo encontró agarrado a un saliente de roca, exhausto y frío, con lágrimas congeladas alrededor de unos ojos que luchaban por mantenerse al menos entreabiertos y que se clavaron en los suyos como si estuviesen decidiendo qué clase de alucinación tenían delante.

Le dio una mano para se incorporara, se pasó su brazo por los hombros y lo ayudó a caminar sujetándolo por la cintura. Podría haber cargado con él, que le pareció excesivamente liviano, pero habría disminuido su equilibrio demasiado como para no caer en los recodos resbaladizos entre las rocas.

41

Madre

Un zapato abandonado bajo la lluvia era todo lo que había quedado en la calle tras el paso de las fiestas populares. Un zapato de mujer adornado con una flor de tela sobre la puntera, tumbado y sucio como si la dueña hubiera corrido por el barro provocado por una tormenta que acababa de estallar y lo hubiera perdido en su marcha. Como un personaje de cuento con inciertos valores morales. Una sola gota de sangre se alojaba en su interior, derramada lo largo de la plantilla, testigo de que el olvido del zapato no había sido un accidente jovial.

–¡Zorra mentirosa! –la bofetada había resonado por la plaza casi con la misma intensidad que el insulto, escupido con rabia por un iracundo muchacho.

Víctor echó a correr hacia ellos.

–¡Ocho meses! Y ahora resulta que eres una zorra… ¡lesbiana de mierda!

Las últimas palabras obraron un cambio radical en el gesto de la muchacha y Víctor frenó en seco, a apenas un par de zancadas de distancia de la pareja, alrededor de la cual se empezó a congregar un corrillo de gente. En ese momento, como si los fenómenos atmosféricos hubieran querido dotar el momento de un dramatismo especial, empezó a caer un aguacero sin apenas preaviso.

La chica, cuyo estado de ebriedad no era tan acusado como el de su compañero, se retiró algo de sangre de la cara tras haberse mordido el labio con el golpe y alzó una pierna levemente para dejar el zapato deslizarse por el empeine. Con un movimiento extremadamente rápido y seco le propinó un fuerte, y a juzgar por el alarido sordo del receptor, doloroso rodillazo en la entrepierna.

–¿Qué…?

–¿Pero no estaban saliendo?

–No, ¡qué va! Si lo dejó hace unos días…

–Bueno, tampoco creo yo que sea como para…

–… por una chica.

–Oh.

–Espera, ¿cómo dices?

–Como lo oyes.

–Vaya…

Víctor oyó la conversación de boca de un trío de chicas que pasaron por su lado, se acercaron a la pareja, agarraron a la muchacha por los brazos y se la llevaron cojeando con su pie desnudo. La agrupación se disolvió entre gritos, risas y carreras para resguardarse, pero él permaneció bajo la lluvia unos minutos más y se acercó al chico, que seguía arrodillado en el suelo respirando de forma entrecortada.

–Por lo menos sabes que es lo que te ha pateado el único problema que tiene contigo.

–Gilipollas.

–Venga, que te ayudo, te estás empapando.

–Gracias.

41

‘Mecanoscrit del segon origen’:

Alba, a fourteen year old girl, virgin and brunette, was coming back from her house’s orchard with a basket full of ‘coll de dama‘ black figs when she stopped to scold two boys for beating another boy, pushing him towards the weir. She said:

“What did he do?”

And they answered, “We don’t want him with us because he’s black.”

“And what happens if he drowns?”

And they shrugged their shoulders, because they were two boys, grown in a ruthless environment, full of prejudices.

And then, when Alba had already left the basket to plunge into the water without removing her clothes, since she was only wearing shorts and a blouse on her skin, the sky and the earth began to vibrate with a kind of deaf trepidation that was accentuating, and one of the boys who had raised his head said:

“Look!”

All three saw an apparatus forming and approaching from the distance, and there were so many that covered the horizon. The other boy said:

“They’re flying saucers, man!”

And Alba looked still for a moment at the strange flat oval objects that advanced hastily towards the town, while the earth and the air trembled and the noise grew, but she thought back to her neighbour Margarita’s boy, Dídac, who had disappeared into the depths of the weir, and she dived into the water, behind the boys, who had completely forgotten about what they were doing, and who now said:

“Look at  them shine! They look like fire!”

40

Flores

–Te traeré algo de comer.

–No, espera, puedo… ­–Víctor se afanó en deshacerse de las numerosas mantas que lo cubrían para saltar de la cama y seguirlo, pero él ya se había marchado.

Con un suspiro de frustración se levantó con dificultad y se asomó a la puerta sin atreverse a salir de la habitación. Conforme se había ido acercando al castillo su tamaño había ido aumentando hasta convertirse en una inmensa mole de piedra cubierta de hielo donde perderse parecía la opción más probable de ser un desconocido el que se pasease por sus pasillos. Las formas que se adivinaban bajo toda el agua y nieve que se había congelado en su superficie indicaban un continuo proceso de crecimiento del edificio a lo largo de su vida habitada, quizá en un muy lejano pasado en el que el verde fuese lo que dominase la vista en vez de aquel blanco casi infinito.

Víctor, inseguro aún de haber despertado, se preguntó qué había sucedido. Recordaba haberse abandonado a una muerte segura en cuyos últimos estertores de vida había alucinado un rescate por un ente abstracto dotado de ojos. Si estaba vivo y despierto en ese momento, el hecho de que aquel hombre, o muchacho, o lo que fuese, fuera el dueño de semejantes ojos significaba que un habitante de aquel lugar donde parecía imposible la vida lo había visto y había acudido en su ayuda. Recordaba haber oído su voz pero no acertaba a rememorar las palabras exactas que había pronunciado, aunque sí la leve sensación vigorizante que le habían causado. Tras días de la más absoluta soledad en aquel entorno tan extremo el contacto humano le había sido imposible de creer. Se sorprendió de la rapidez con la que se había adaptado al frío y al aislamiento.

Oyó un tintineo acercarse a la puerta y se dejó caer en la cama. Seguía dudando de que sólo hubiese un habitante en aquel reino, pero no saber si aquel que lo había rescatado era quien había provocado aquel gesto desesperado de locura en pos de la salvación de su madre lo hizo recibir al joven con un escepticismo creciente. Aun así, le agradó verlo entrar con una bandeja cargada de alimentos frescos cuyo aspecto se le antojó inusualmente delicioso. Sin mediar palabra se bebió todo el vino y el agua y devoró todo aquello que pudo antes de que le empezase a doler el estómago.

–He estado días buscándote –comentó el hombre, sentado a su lado, y le retiró los rizos de la cara con una caricia helada cargada de preocupación que hizo a Víctor acelerársele el corazón.

Lo miró estupefacto mientras masticaba y tragaba un pedazo de queso sin poder evitar recordar a su hermana, pero antes de poder decir nada volvió a hablar.

–¿Cómo te llamas?

40

O primeiro grolo de vodka

Francesc chegou primeiro. Pediu unha caña e fregou as mans contra os pantalóns vaqueiros ao tempo que examinaba de novo o espazo, non fose a ser que se lle pasase a presenza dela. Recoñeceuna ao mirar á porta, polo xeito de vestir, cando se deu a volta un pouco para pechar sen facer ruído. Resultoulle curioso, cando ela foi minutos máis tarde ao baño e o mozo tivo tempo de reflexionar, tela recoñecido por ese feito, a roupa, e non por trazos físicos do rostro ou do seu corpo. O caso é que ela entrou e axiña o recoñeceu tamén a el, non había moita xente no bar e de feito era a única persoa sen compaña.

Foi Katerina quen se puxo en contacto con Francesc, semanas atrás, mediante un amigo común que a moza polaca coñecera durante unha visita académica a Berlín. Podería parecer casualidade, pero non é así, a xente acode a determinados locais en función dos seus gustos, das súas intencións e das súas posibilidades, nada disto forma parte das características da casualidade. Quero dicir que tanto Katerina coma o amigo de Francesc acudiron a aquel lugar de Berlín en que se coñeceron porque andaban a procurar a alguén así.

Porque o asunto foi que Francesc comezaba a ter contactos cunha xente que estaba interesada en adquirir un tipo de armamento moi concreto. A primeira vez que estivo presente nunha conversa sobre o tema nin sequera se lle pasou pola cabeza a posibilidade, el foi, simplemente, testemuña dun diálogo. Pero cando chegou a casa e lle contou a Jaume o que fixera aquela tarde, Francesc escoitouse a si mesmo e pensou que, quizais, era unha vía de negocio que era necesario, cando menos, estudar. Non sería tan difícil atopar un contacto no estranxeiro, facer algunhas preguntas e avaliar se os beneficios compensaban.

E por iso estaba alí Katerina, para darlle información que traía na súa cabeciña, datos, basicamente números concernentes a munición, calibres, caixas e algúns cálculos feitos por ela mesma durante a aburrida longa viaxe vía Londres, cálculos que tentaban achegar conclusións evidentes para Francesc, para que se animase a entrar no xogo. Era o medio que tiña ela, tamén, de sacar tallada de todo aquilo. E díxollo ao mozo, así, clariño, a súa tarifa como intermediaria, antes de que o camareiro pousara na barra o primeiro disparo de vodka.

39

Execución

Marta presentouse no salón  e pechou a porta cun golpe, mostrou o autoadhesivo negro e vermello de Albert coma se fose unha bandeira branca entre os seus compañeiros. Mireia, Francesc e Jaume ergueron os ollos para mirar o pequeno anaco de papel que a man da moza izaba diante deles. A idea de Marta era a seguinte. Non era necesario matalo. O máis probable é que o rapaz xa estivese fichado pola policía, no arquivo ese de rojos, vagos e bandidos seguro que tiñan unha ficha del e duns cantos amigos.

O refén non os vira apenas, aínda tiña os ollos vendados, non sabía onde estaba, non podía ofrecer dato ningún verificable á policía, polo que o seu testemuño, no caso de que quixera intercambiar a súa vida por información relativa a eles, carecería de credibilidade. Ademais, para o estado era moito máis rendible ofrecerlle á sociedade, naquel contexto en que se atopaban, a detención e procesamento dun axitador político que as pistas e a persecución de catro ladróns de igrexas e bancos. Así que o tema, o único problema, era chamar a atención da policía, que fosen eles, dalgún xeito os que atrapasen a Albert. Aínda era madrugada, tiñan tempo para actuar antes de que houbese moitos máis ollos nas rúas de Barcelona.

A solución outorgouna Mireia despois de pensar ben as palabras e non arriscar a súa posición, ofreceuse voluntaria para entregarllo á policía. Ela sabía onde atopar ao axente Cabanillas, ela sabía que aquel piso franco xa estaba vixiado e, efectivamente, calquera información que puidese dar Albert sería irrelevante para a policía. Dixo que o deixasen ao seu cargo, que confiasen nela. O resto do grupo, cansado despois dunha noite atarefada, sentiu tanto alivio que non quixo facer moitas preguntas, limitáronse a seguir as instrucións de Mireia e meteron a Albert no maleteiro do 124.

O certo é que o Aparatus comprobou a efectividade da acción de Mireia semanas despois. Jaume achegouse á barra dun bar para almorzar e colleu un xornal mentres o camareiro se dispuña na tarefa de servirlle o café e as torradas. A máquina dos zumes machacaba dúas laranxas sen compaixón e Jaume botaba o ollo ao titular sinxelo e explícito que acompañaba unha foto do home que entregaran á policía: EXECUTADO. A reacción de Jaume ante a noticia foi un encollemento de certos músculos da face e un suspiro que ningún dos dous axentes que o vixiaban de cerca, Cabanillas e Pujol, puido interpretar.

39

Flores

Esparció la tierra nueva por la maceta con cuidado, como si intentase depositar cada partícula con delicadeza sobre las demás, y la mezcló con la tierra más seca con un pequeño rastrillo de mano, lentamente, dibujando figuras en arcos que entrelazaba entre sí. Arrodillado en el jardín bajo un sol deslumbrante sintió con satisfacción las gotas de sudor deslizarse por su piel, empapándole la camiseta. Apenas había permanecido unas semanas en el Reino de Hielo, pero su percepción del mundo exterior se había alterado sustancialmente. Notaba todo de forma más consciente, ya no dando por hecho lo que lo rodeaba como hasta hacía poco.

Retiró la planta de la maceta en la que la había comprado, cuyo tamaño se había vuelto demasiado escaso, y la colocó en el hueco que había abierto con las manos desnudas en la tierra para integrarla en su nuevo entorno. No le importó ensuciarse y, cuando el trabajo estuvo terminado, se sentó sobre sus piernas y observó distraídamente las partículas marrones y negras atrapadas entre sus uñas y la piel de los dedos.

Nunca había mostrado un interés en la horticultura semejante al de su hermana, le resultaba mucho más interesante el proceso de crecimiento de las otras plantas y árboles, de cuyo fruto obtendría más adelante alimento. No dejaba de fascinarle el hecho de que lo que era en realidad aquello creado para proteger la pervivencia de las semillas de las plantas era lo que precisamente él comía como fruta.

Lo que había comenzado como la forma de su madre de ponerlos a los dos en contacto con la naturaleza se había convertido en una afición que disfrutaba con constancia, día tras día, ampliando, modificando y experimentando con la esperanza de crear algo diferente, algo nuevo y mejor. La idea que llevaba días rondando por las profundidades de su confusa mente tomó de pronto una forma definida, perdiendo los bordes imprecisos que la habían llevado a diluirse con el caudaloso torrente de sus pensamientos.

Sin pensarlo demasiado se colocó una mano sobre el pecho y extrajo una flor en lo que había pensado que sería un proceso doloroso y la sostuvo como si se tratase del objeto más preciado que existía. Para él, en ese momento, lo era. Así como acababa de plantar unas flores con la esperanza de que creciesen y, en cierto momento, se reprodujesen, pensó si podría lograr lo mismo con aquella flor.

39

Ever wonder if it’s forever, the moment passes,
but I feel you now, all the way down…

Biffy Clyro “All the Way Down”

We seemed to always be the first ones to rescue each album from the stores. And I say rescue, because none of the shop assistants working at those record stores, no matter how much they loved music, could ever get to treat those little square boxes with the same special care we did.
In fact, we were probably never the first ones. The kind of album that we were looking for, from American or English indie bands, did only reach the shopping center of our village  weeks after its original publication abroad.

It was then that the Barcelona of the late nineties became our little paradise on earth, a paradise with its epicenter in Carrer Tallers, the endless source of the one and only thing that mattered to us in life: music. Stores like Revolver, Discos Castellò or Arise, kept those little gems that we wanted so badly.

The ritual after the release of an album was always the same, but each of the instances became a unique moment, almost as unique as each album. I remember the excitement around the opening of the plastic wrap, inhaling the smell of the paper booklet for the first time, reading the poetry in the lyrics without having heard a song yet. But the real magical moment came with the first listening of the albums opening theme.

“It’s My Job to Keep Punk Rock Elite” of ‘So Long and Thanks for All the Shoes’ by NOFX, “Feticeira” from White Pony Deftones, “Panic”, the ‘Launched’ Beatsteaks, “Glitter and trauma “, from Biffy Clyro’s  album of the same name… the list is endless.

We had a different way of understanding music. We stared at each other without saying a thing – but telling each other everything – while the first notes came out of the huge black speakers in those years. We felt superior to the rest of the world for finding concealed nuances in each song, unveiling clever hidden tricks in the magic of each rhythm, in the mastery of every unexpected change in the tone, in those choruses full of poetry that made our souls explode.

Perhaps someday the time will come when we will realise that we were never that special, that despite what we had always thought, we were no more than simple organisms that are deconstructed with the proper arrangement of notes…

So fragile …

Our soul boiling with every chord, our mind in full swing while deciphering the impossible lyrics of every song.

Those long afternoons lying in bed, the music pounding our eardrums at an insane volume.

And our eyes, lost in a kind of unbelievable trance. Those contained screams camouflaged behind each instrument.

The black rubber flooring of the stage, the yellow light in the tubes. Feeling that the chill that once ran through your skin is still there, endless.

Perhaps someday the time will come when we will realise that we were never that special…

Perhaps…