Ever wonder if it’s forever, the moment passes,
but I feel you now, all the way down…
Biffy Clyro “All the Way Down”
Parecíamos ser siempre los primeros en rescatar cada disco de las tiendas. Y digo rescatar, porque ninguno de los dependientes de las tiendas de discos que frecuentábamos, por muy amante de la música que fuera, podía nunca llegar a tratar aquellas pequeñas cajas cuadradas con el mismo cariño que nosotros.
A decir verdad, probablemente nunca fuimos los primeros. El tipo de álbum que perseguíamos, de bandas independientes norteamericanas o inglesas, no llegaba al centro comercial del pueblo hasta semanas después de publicarse en su país de origen.
Era entonces cuando la Barcelona de finales de los noventa se convertía en nuestro pequeño paraíso en la tierra, un paraíso con epicentro en la calle Tallers, la fuente inagotable de lo único que nos importaba en la vida: la música. Tiendas como Revólver, discos Castellò, o Arise, guardaban esas pequeñas joyas que tanto deseábamos conseguir.
El ritual del estreno de un disco era siempre el mismo, pero cada una de las repeticiones se convertía en un momento único, casi tan único como cada disco. Recuerdo los nervios al abrir el envoltorio de plástico, al oler el papel del libreto por primera vez, al leer la poesía en sus letras sin haber escuchado aún las canciones. Pero el verdadero momento mágico llegaba con la primera escucha del tema que abría cada álbum.
“It’s My Job to Keep Punk Rock Elite” del ‘So Long and Thanks for All the Shoes’ de NOFX, “Feticeira”, del ‘White Pony‘ de Deftones, “Panic”, del ‘Launched‘ de Beatsteaks, “Glitter and Trauma”, del disco bajo el mismo nombre de Biffy Clyro… La lista es infinita.
Teníamos una manera diferente de entender la música. Nos mirábamos sin decirnos nada – diciéndolo todo al mismo tiempo – mientras las primeras notas salían de los enormes altavoces negros de aquellos años. Nos sentíamos superiores al resto del mundo por encontrar matices escondidos en cada tema, astutas triquiñuelas ocultas en la magia de cada ritmo, en la maestría de un inesperado cambio de tono, en aquellos estribillos llenos de poesía que le reventaban a uno el alma.
Quizá llegue el día en el que el tiempo nos demuestre que nunca fuimos tan especiales, que al contrario de lo que siempre habíamos pensado, no éramos más que simples organismos que se desmontan con la configuración de notas adecuada…
Tan frágiles…
El alma hirviendo con cada acorde, la mente en plena efervescencia descifrando letras de canciones imposibles.
Aquellas tardes tumbado en la cama, con la música golpeando nuestros tímpanos, sonando a un volumen demencial.
Y nuestros ojos en blanco, sumidos en una especie de trance inexplicable. Esas ganas de gritar contenidas camufladas tras cada instrumento.
La tarima de goma negra del escenario, la luz amarillenta de las válvulas. Sentir que el escalofrío que una vez recorrió tu piel aún sigue ahí, interminable.
Quizá llegue el día en el que el tiempo nos demuestre que nunca fuimos tan especiales…
Quizá…