27

Flores

Víctor intentó no hacer ruido al entrar en la casa y se descalzó junto a la puerta. Encontró a su madre dormida en el sofá, se asomó a la habitación de su hermana y la encontró dormida también. En su cuarto, donde entró palpando las paredes para no encender ninguna luz, colocó la mochila con cuidado sobre la cama, se desnudó y se puso rápidamente un pijama tras desechar la idea de tomar una ducha previa pese a que seguía empapado de sudor y lluvia.

Tras días de inmensidad blanca, había vuelto al bosque extenuado hasta tal punto que se había dejado caer, tras abandonar la nieve, junto a un árbol en la tierra húmeda y esponjosa y se había quedado dormido de inmediato. Había despertado demasiadas horas después, entumecido y tiritando, calado por la suave llovizna que, al parecer, llevaba horas regándolo. Había echado a caminar pesadamente pero con energía renovada y había conseguido cruzar el bosque alimentándose con los restos de frutos que había traído del castillo. Cuando había llegado a su casa volvía a caer el sol.

No sabía a ciencia cierta cuánto tiempo había pasado desde que se había marchado. En cierto punto de su visita al castillo, los días le habían empezado a resultar interminables, como si el tiempo se hubiese expandido, dilatándose y estirándose cual masa informe a su alrededor y lo hubiese transportado lentamente, del mismo modo que un anciano cansado, entre innumerables salas vacías con ecos de agua.

Se acercó sigilosamente a su madre, se arrodilló junto a ella y depositó la mochila a su lado. Abrió la cremallera lentamente para hacer el menor ruido posible, extrajo las flores, blandas y encogidas sobre sí mismas, cuya casi transparencia amenazaba con la desaparición, en las que apenas se apreciaba rastro de vida, y las colocó con suavidad sobre el pecho de la mujer. Dormía con gesto sereno, despreocupado y frío, vestida con un escueto vestido de fiesta que nunca había pensado que su madre pudiera ponerse.

La observó unos segundos, admirando el envidiable estado físico en el que se mantenía. Su piel, que recordaba más oscura, resplandecía suave y tersa, con un color blanquecino y luminoso, casi enfermizo, como una virgen ofrecida al sacrificio. Cada curva de la escasa tela se adaptaba a la perfección a cada curva de su cuerpo. La imagen global le resultó profundamente grotesca, apenas reconocía a la mujer que se mantenía viva en sus recuerdos.

26

Blue

 

 

“Blue? What is Blue to you? Ha, ha! See what I did there? I should have been a poet, I tell ya!” The vendor guffawed, clearly pleased with himself. Kepa ignored him, staring instead at the tower, his forehead furrowed in thought.

Blue.

“Come on then”, he gestured with a pair of tongs, “you can have one of these, on the house. You look like you need cheering up”.

Blue. Why can’t I remember? The colour means something. Blue for the sky, blue for the sea, blue for sensible corporate business. Blue for loyalty blue for intelligence, blue for memory…

The vendor pulled out a small, concealed drawer and with the tongs delicately removed what looked like a mini burrito. He placed it with care into a cardboard case and trotted the couple of steps over to his frowning companion. The gathering crowd looked only at the billowing steam.

“Here, try this one on for size. New variety. You’ll love it. People are dying for it! hahahaha”

Blue.

Absently, Kepa palmed the roll, feeling the warmth in his fingers. He was cold, he realised, and popped the roll into his mouth.

Blue for the sea. Blue for memories….

He choked, coughing and spluttering as part of the roll went down his wind pipe. He doubled over with the effort to dislodge the piece of food. When it finally moved, he stood up and looked to the vendor who was looking back at him with a grin.

“What is blue to you?”

Kepa looked at the Elysium, shining brilliantly in the dark of night. Then, he turned to the vendor and his stand. The stand had not been touched since the vendor first opened it yet it still billowed out steam, a steam that enticed almost all, no, Kepa realised, every single person who passed by was drawn to it. He looked around. Every last person stood, staring at the vendor’s stand, some visibly salivating. And yet, it began to dawn on him, looking at the stand properly for the first time, that he could smell nothing. Whatever was drawing them in, was not affecting him. The vendor cocked his head and nodded towards Ellie. To Kepa, it looked as though the tower was beginnning to leak light. Blue seeped at first, then rapidly gathered force, covering the landscape in an icy glow. He watched as it crept nearer and nearer, until it began to touch the gathering crowd, draining them of any hues of pink or red. It did not just make them look frozen, it was, he suddenly realised, literally, freezing them in place. He turned quickly to find the vendor.

With his usual cheerful expression the vendor said: “You have three minutes”.

 

26

Flores

 «La posesión de un nombre es, y ha sido desde tiempo inmemorial, el privilegio de todo ser humano», Stephen Ullmann

«… he that filches from me my good name robs me of that which not enriches him and makes me poor», William Shakespeare, Hamlet

PRÍNCIPE: ¿Cómo te llamas?

VÍCTOR: Víctor. ¿Y tú?

PRÍNCIPE: … no lo sé. Una vez tuve un nombre, pero lo he olvidado.

Víctor: ¿Cómo puedes haber olvidado tu propio nombre?

PRÍNCIPE: Ya no queda nadie que necesite pronunciarlo.

VÍCTOR: Aun así deberías tener un nombre.

PRÍNCIPE: ¿Qué utilidad tiene un nombre cuando estás solo?

Víctor: Es tu identidad.

PRÍNCIPE: ¿Y qué utilidad tiene una identidad cuando estás solo?

VÍCTOR: Tu identidad eres tú. Te define. Te distingue de los demás.

PRÍNCIPE: ¿Qué definición necesito siendo el único habitante de un reino vacío?

VÍCTOR: Tu identidad marca tu forma de ser.

PRÍNCIPE: La forma de ser se moldea en función de quienes te rodean. Aquí puedo ser quien quiera ser en cada momento.

VÍCTOR: Ahora no estás solo.

PRÍNCIPE: Sí, así es. Quizá necesite un nombre ahora que tú estás aquí. ¿Qué nombre debería tener?

VÍCTOR: (le brota de los labios inmediatamente, recordando las palabras de su hermana). Azul.

PRÍNCIPE: ¿Azul?01

VÍCTOR: Sí… (Sonríe recordando la conversación). El color de tus ojos es muy característico, te puede servir como marca identificativa. Aunque aquí parecen más cian…

PRÍNCIPE: Cian suena interesante. (Hace rodar la palabra con la lengua un par de veces de forma apenas audible).

VÍCTOR: Nadie suele tener la oportunidad de elegir su propio nombre.

PRÍNCIPE: (La sonrisa le ilumina el rostro). Cian me gusta.02

VÍCTOR: De acuerdo.

26

A CONTRALLUM

 

Una dona es despulla en la solitud de sa cambra. Una dona es despulla fent clarobscurs  contra la persiana parcialment baixada del balcó. Una dona mira el reflex dels seus pits, del seu sexe, de la seua panxa a l’espill del tocador, i se sent vulnerable. Se sent vella i cansada. S’observa mentre es lleva la samarreta i deixa el sostenidor al descobert, i també quan es lleva aquest i deixa els mugrons, bessons, com dos mossos rosa clar, vulnerables a la lleugera brisa de juliol que entra pel finestral. Pensa en quantes boques podrien desitjar ser-hi, sobre aquests mugrons solitaris, mesurant-los amb la llengua, esculpint-los amb les dents, i una mescla entre excitació i tristor li inunda la cavitat que hi ha darrere del melic. Una dona s’observa el sexe cobert parcialment d’un suau borrissol, i es pregunta què hi ha en eixa porta de vida que cause tant d’interès a aquest coi de societat que la tortura. Una dona se sent miserablement buida de sexe, i no sap perquè.

Un home ix de la dutxa molt prop d’allí, just al pis de damunt. Igual que la dona, té la persiana baixada per impedir que la calor d’un juliol inclement inunde la casa que paga a terminis. S’eixuga bé el cos, tractant amb cura la panxa, les galtes del cul, les engonals. El plec dels testicles. Pensa «quina cosa més estúpida, ahí penjant, estèrils» i contempla el seu reflex a l’espill de l’habitació, així, sostenint el penis en alt per tindre’n una perspectiva completa. Els sent ridículs, grotescs, anunciant un goig provinent de la luxúria que mai ha vingut. Es cabreja amb els seus testicles i solta el penis amb ràbia, que després del contacte ha quedat una mica alçat, gruixudet, tot just despert del sopor on l’havia submergit l’aigua gelada amb què l’home es dutxa per pal·liar la calor.

Un home i una dona es troben a l’ascensor. S’obri la porta, i ella està esperant per a eixir, i ell està ja baixant, i que s’aturara li ha provocat una mica de ràbia pel retràs. L’home s’excita una mica al veure els pits de la dona apuntant per l’escot, rodons, daurats i perfumats. El penis, ja en dansa després de la rabiosa atenció rebuda a la cambra, manifesta el seu content per les vistes baix la fina tela del pantaló d’estiu. La dona nota com se li humiteja l’entrecuix baix la capa de borrissol daurat, quan li arriba l’aroma provinent del coll de l’home. Tots dos pensen: «qui poguera». Tots dos pensen: «i dorm tan a prop…». Tots dos comprimeixen les cames i callen, frustrats pels complexes que tenen gravats a foc, quan de sobte els seus dits índex es freguen al prémer alhora el botó de la planta baixa.

25

Vens sense avisar a envair-me la casa, i l’omples de llums de colors, i fas vibrar les parets d’enganxines i la meua cortina de mocadors. Eix de roda on el meu pols gira, m’embeus la consciència -que es suposa he de tenir- i em pobles l’habitació d’espurnes, de caus, de miracles, d’il·lusions. Feixuga jo, talòs tu, passem les hores desitjant-nos en silenci molt a prop, com dues llunes imantades. I quan ja no puc més, quan crec que vaig a tornar-me boja d’esperar-te, cauen els teus llavis, o els teus dits, o el teu nas recorrent un cantonet de la meua pell i gargotejant-la amb la daurada línia que em tatua la teua por. Afortunat cos que et rep com a un colom necessitat d’abric, desperte al teu costat i les coses es fan noves, i el món torna a nàixer des de tu.

Sé que no deuria, però llavors em mires des d’eixe llindar entre la por i el desig al qual succeeixen totes les nostres trobades i, molt fluixet a cau d’orella, dius que fume massa. Sé que vols dir que t’agradaria posseir-me, llevar-me’l de la boca, fer-me xicoteta per poder-me observar sense por i sentir-te poderós per poder-me agafar. Comprimir-me amb violència per fer-me a imatge i semblança teua, perquè mai hagués fugit tan lluny sense esperar-te, perquè t’hagués aguardat per sotmetre’ns junts a la por d’albirar la luxúria i endevinar que no hi ha pecat. I amb tanta por que tens tu, ja veus, en eixe moment sóc completament teua; ullpresa submisa del desig, l’única cosa que sé fer és apagar la cigarreta, glopejar-me amb cura la boca i apropar-me a tu esperant que em beses –però no em beses mai, home desitjat conscient de ser-ho.

Quan te’n vas, la casa queda buida. Les parets, avorrides ja sense la teua pell inconstant, es tornen tombes esguardant l’esguell dels somriures que guarde per a l’espera. Poregosa reincident del pecat d’anhelar-te, m’avergonyisc d’allò que s’apodera de ma panxa. Podria esbrinar un món o una sola mica llavors amb una paraula teua i, no obstant, davant la perspectiva de què deixes aquest nínxol somort per sempre, m’aferre a la cigarreta per enverinar-me a poc a poc, tal i com tu odies, a veure si aquest cop se’m fa més curta l’espera, o si oblide que hi ets, o si em difumine per fi.

25

Madre

–Nos hemos vuelto a quedar solos y es la hora de cenar. ¿Qué preparamos hoy?

Ambos se encaminaron hacia la cocina, Víctor intentando sacudirse de encima la desagradable sensación con la que lo había dejado su madre y la niña trotando a su lado.

–Yo quiero queso.

–Tú siempre quieres queso.

–Mamá dice que es bueno.

–Mamá… –se mordió la lengua para no cometer el error de decir algo malo de su madre delante de su hermana– Vale.

Le resultaba totalmente incomprensible la repentina actitud completamente indiferente de su madre. Hasta hacía apenas unos meses la había encontrado siempre excesivamente dulce y curiosa. Cuando Víctor pensaba en su madre, la primera imagen que le venía a la mente, la más poderosa, era su cabeza asomándose, jovial, a su puerta cuando ella volvía de trabajar y preguntándole por su día. Su eternamente paciente madre, que le daba consejos, normalmente demasiado indiscretos, acerca de la chica con la que salía. La mujer a la que en más de una ocasión habían chantajeado emocionalmente entre él y su hermana para que saliese con sus amigas a disfrutar, aunque fuese sólo durante un par de horas, mientras ellos aprovechaban para tirarse en el sofá, ver películas y comer palomitas hasta sentirse mareados. Pero, ahora…

Víctor notó la atenta mirada de su hermana clavada en su espalda mientras extraía todos los tipos de quesos que encontró en la nevera y empezó a temer alguna de sus preguntas excesivamente elaboradas a juzgar por el silencio de la niña. Se decidió por el camino fácil y buscó pan también.

–Le has dicho a mamá que ibas a salir hoy. ¿Vas a ver a Ana?

–Sí. ¿Quieres que le diga algo de tu parte? –aunque la niña no había mostrado interés por la chica con la que salía, por alguna razón él siempre intentaba que surgiera algún tipo de amistad entre las mujeres que ocupaban su vida.

–No. No me gusta –no a modo de pregunta, pero la niña, efectivamente, dejó caer la cuestión.

–¿No te gusta Ana?

–No. Es un nombre muy común.

–Bueno, es el que tiene.

–Preferiría que salieras con alguien con un nombre más bonito.

Víctor no pudo evitar reírse. Quizá su hermana creyera que había elegido a la chica por su nombre. Quizá su aspecto. ¿Por qué no? De qué otra forma, pensó, elegían los niños las cosas que les gustaban. Alguna reflexión acerca de ello emergió al fondo de su mente, pero optó por descartarla.

–¿Más bonito? ¿Cómo cuál?

–Azul.

25

Mother

 “We’re alone again and it’s dinner time. What do we cook tonight?”

Both walked into the kitchen, Victor trying to shake off the unpleasant sensation his mother had left him with, and the kid trotting by his side.

“I want cheese.”

“You always want cheese.”

“Mum says it’s good.”

“Mum…” he bit his tongue not to make the mistake of saying something bad about their mother in front of his sister. “OK.”

His mother’s sudden and completely indifferent attitude was totally incomprehensible for him. Only until a few months ago he had always found her excessively sweet and curious. When Victor thought about his mother, the first image that came to his mind, the most powerful, was her head appearing, cheerfully, at his door when she came from work and asking him about his day. His everlastingly patient mother, who used to give him advice, usually too indiscrete, about the girl he was going out with. The woman who, more than once, he and his sister had emotionally blackmailed so she went out with her friends to have some fun, even for a few hours, for them to be able to enjoy throwing themselves at the sofa, watching some films and eating popcorn until feeling ill. But now…

Victor felt the intense look of his sister on his back while he took out every kind of cheese he could find in the fridge and started to fear any of her too elaborated questions judging by the silence of the kid. He chose the easy way and looked for some bread too.

“You told mum you’re going out tonight. Are you seeing Ana?”

“Yes, I am. Do you want me to tell her something?” although the kid had not shown any interest for the girl he was going out with, for some reason, he always tried for some kind of friendship to arise between the women in his life.

“No. I don’t like it,” not in the form of a question, but the girl, indeed, let the issue drop.

“You don’t like Ana?”

“No. It’s a too common name.”

“Well, it’s the one she’s got.”

“I’d rather you go out with someone with a prettier name.”

Victor could not help but laugh. Maybe his sister thought he had chosen the girl because of her name. Maybe her looks. Why not? How else, he thought, would kids choose the things they like. Some reflection about that idea emerged on the depths of his mind, but he opted for dismissing it.

“Prettier? Like what?”

“Blue.”

24

Flores

Caminaba por el mundo a cámara lenta. Percibía un movimiento insólito a su alrededor que no recordaba haber percibido hasta ese momento. Cierto era que nunca se había detenido a analizar su entorno, se había movido hasta el momento dentro de la percepción personal de su yo en relación con el entorno, como si en realidad hubiese vivido en una burbuja semipermeable a través de la cual filtraba y racionalizaba el mundo exterior, adaptándolo a sí mismo. Un atisbo de aroma a flores lo apartó de su ensimismamiento y siguió el imperceptible rastro conforme la mujer que lo llevaba de perfume lo adelantaba por la acera, con prisa. La siguió apenas un par de pasos más hasta que se desvió de su camino.

No le resultaba realmente extraño o ajeno, y tampoco había permanecido tanto tiempo en el Reino de Hielo como para haber perdido su punto de referencia social, pero durante su estancia sí había cambiado algo. Había cambiado todo, pero en él. Se sentía diferente y al mismo tiempo se sabía la misma persona, sus valores, sus pensamientos, su lenguaje y sus expresiones corporales, todo lo que conformaba su yo básico y esencial permanecían; pero su relación con todo aquello, todos sus sentidos, que traducían su entorno y sus percepciones, se alimentaban de una fuente de energía diferente.

Pasó de largo por delante de un banco cuyas puertas, que siempre le habían parecido estar torcidas, ahora se le antojaban perezosas, descansando la una sobre la otra como si permanecer allí, de pie, como última línea de defensa ante las inclemencias del tiempo, día tras día, las hubiera ido agotando hasta querer descolgarse y descansar el sueño de los satisfechos con un buen trabajo realizado. No era un pensamiento nuevo, sólo rechazado.

Caminaba por el mundo a cámara lenta porque nunca se había parado a pensar que el mundo pudiera ofrecerle nada por lo que mereciera la pena esperar. Le pareció obvio, excesivamente conveniente e increíblemente estúpido llegar a tales conclusiones acerca de sí mismo precisamente en su rutinaria caminata matinal de las vacaciones, en las que, acostumbrado a madrugar durante la mayor parte de los meses del año, se levantaba apenas amanecía y se acercaba a la panadería propiedad de los padres de Ana para adquirir el desayuno para su madre y su hermana.

Vaciló ante la puerta de hierro forjado del establecimiento sabiendo que ella estaría en el mostrador, como cada mañana de verano desde hacía algunos años, regalándole sonrisas furtivas a espaldas de los clientes. Pero ahora no sabía cómo lo recibiría; desconocía si, de alguna forma, viéndolo, ella podría percibir que todo era diferente.