50

Flores

Flores

Sabía que en cuanto retirase aquel peso muerto de su pecho que lo estaba arrastrando a la descomposición más absoluta no sentiría nada y todo aquel dolor, duda y reticencia que le impedían moverse desaparecería. Introdujo la mano entre las capas de ropa que lo cubrían y descansó la palma sobre su pecho helado. Tenía los ojos anegados de lágrimas aunque apenas sentía nada ya. Se había negado a desprenderse de aquel experimento fallido durante días a riesgo de exterminar aquellas flores que había robado y ganarse con ello el eterno desprecio de Víctor.

Pero él no podía entenderlo, Víctor había sido capaz de sentir todo lo que él no había podido toda su vida, y las vidas de ambos distaban enormemente en longitud. Se sintió mal por pensar en el muchacho con tal rencor, pero en ese momento ya sólo le quedaba negatividad. Todo lo que albergaba era desesperación y dolor. Respiró hondo e intentó racionalizar por encima de aquel torbellino de destrucción que lo estaba matando.

Necesitaba despojarse de las flores porque se estaban marchitando, y él con ellas. No tenía otra opción. El hecho era que debía habérselas devuelto a Víctor en cuanto había puesto un pie en el castillo y así ahorrarse ambos todo el sufrimiento que les había sobrevenido. La desesperación de Cian aumentó al pensar que su vida estaba gobernada por patrones, pero en esta ocasión él también estaba sintiendo las consecuencias de haberse arriesgado a acercarse a otro ser humano. Sabía que la amistad con el hijo de la mujer a la que había robado parte de su vida era precisamente lo que debía evitar. Y era lo primero que había permitido que sucediese.

Introdujo la mano en su pecho con un movimiento seco conforme una lágrima desbordó de uno de sus ojos. Extrajo las flores, negras y opacas con rapidez y notó congelársele la lágrima en la mejilla. Una sensación de vacío lo inundó durante una fracción de segundo y, después, la nada. Se recostó en el trono de la gran sala de su castillo, colocó las flores en su regazo y esperó a que amaneciese. Era consciente de que Víctor no le perdonaría haberle robado también la oportunidad de despedirse de la poca humanidad que jamás había existido en él, pero así al muchacho le sería más fácil olvidarlo.

Había sido el último deseo de su mente lúcida, el olvido absoluto.

49

Flores

Se dejó caer en la cama, agotado y furioso. Su corazón se moría, lo sentía palpitar cual postrero esfuerzo de un moribundo en su afán desesperado de apresar una bocanada más de aire, un poco más de sangre, un último sentimiento… Se marchitaba todo su interior y no podía evitarlo, no había nada en su mano que pudiese hacer para frenar el deterioro y la putrefacción que éste conllevaría. Cerró los ojos con el deseo de poder caer en un sueño placentero, aunque fuera el último, y pensó en Víctor. La desesperación se tiñó levemente de ternura pero se hizo más honda. Ya no había esperanza para él, sólo le quedaba, una vez más, la muerte en vida.

Aaron Slevin, Nightmare of a gentle boy

49

NETEJA

A la merda tots aquells lúbrics

apèndix d’homes anònims

perduts en laberíntics índex

d’existències sense importància

anotats a l’agenda fins que

un dia s’esborren de sobte

i ja no tornes a ser l’àpex

de vida penjant dels seus muscles

carregats de fem i silenci

i profilàctics de marca blanca

sota tauletes de nit llogades

-tres euros cinquanta la capsa-.

 

A la merda tots aquells íntims

girons d’ànima rància

podrint-se per les escletxes

des que un dia la venguérem

i entregàrem a les deesses

de l’inhumanisme indòmit

i el capitalisme salvatge i pútrid

i les calces negres del pràimarc

i eixes manilles incòmodes

a les mans d’aquells xics estúpids

que mai van saber satisfer-me

perquè cap d’ells va aprendre

a lletrejar el meu nom propi

i simplement em deien ‘nena’

-cap d’ells va mostrar ser hàbil

tampoc insuflant alenada-.

 

A la merda, com deia, els fútils

fal·lus ridículs i asèptics

que un dia m’ompliren, tan mísers,

no l’úter sinó la bilis

bombejant-me, pou, amb pobra

vàlvula extractora d’orgasmes,

de llàgrimes, de ràbia amarga

i em deixaren feta un silenci

fins que arribares, llum, per ser Home

i em brollares el somriure

i em poblares l’esperança.

48

Flores

Llevaba mucho tiempo sentado, hasta tal punto que le dolía todo el cuerpo, pero no se movió. El dolor, suave y constante, era una de las pocas cosas que podía sentir comparado con la infinidad de sentimientos que otros sí podían percibir. Pensó que no era justo, le pareció una especie de broma cruel de… ¿quién? ¿La genética? ¿La piscología? ¿Dios? No existía Dios, no para él. No podía existir un Dios. ¿Qué sentido tendría él si, de hecho, hubiese un Dios? ¿Cómo una divinidad tan poderosa podía ser tan malvada como para haberlo creado? ¿Por qué tanta gente creería en Dios si era malvado? ¿A santo de qué, de todos modos, crearía un Dios, fuese cual fuese, tal carcasa vacía como hombre? ¿Qué sentido tenía su existencia?

El Príncipe no tenía respuestas. Había pensado en ello. Había pensado en todo lo que había podido imaginar durante los cientos de años que había permanecido en su vacío reino y, al final, nada tenía sentido. Sabía que su pueblo creía que había sido puesto en el mundo por una razón y por ello lo habían nombrado Príncipe, gobernante de aquella tierra. No podía sentir como ellos porque no había sido fabricado de la misma manera. Él era pura lógica; y así era de la manera en la que habían decidido que la ley tenía que ser aplicada, con lógica en vez de con sentimiento. Él estaba de acuerdo y había obedecido. También sabía que hasta cierto punto lo habían utilizado; y se podría haber sentido como una marioneta, pero simplemente le era indiferente.

Se observó las manos, blancas, tersas y limpias como las de un niño, igual que el resto de su antiquísimo cuerpo. Había envejecido tan lentamente que no podía recordar el aspecto que había tenido su rostro en su infancia. Así, no tener corazón le era beneficioso para no poder sentir nada.

Desesperación habría sido lo apropiado en caso de que su pecho no hubiera estado vacío. Aún recordaba por qué alguien sentiría algo semejante, Kai se lo había explicado. Se lo había intentado explicar todo. Su madre, sin embargo, había intentado hacer entender al Príncipe los sentimientos en numerosas ocasiones, pero sus palabras nunca habían encontrado el significado correcto, la combinación precisa. Ella era la que había sucumbido a los brazos de la desesperación.

47

Madre

 –Son demasiadas coincidencias –el muchacho alzó una mano con el puño cerrado y extendió un dedo–. Primero, la ola de frío.

–En invierno.

–Sí, en invierno, pero hizo más frío de lo normal…

–Ya –Víctor observaba atentamente a su amigo, que fruncía el ceño en un gesto de profunda reflexión.

–Después, los robos.

–¿Robos?

–Sí. Desaparecieron varios objetos de algunas casas.

–Y como vivimos en un pueblo perfecto, nunca ha habido robos.

–Víctor, tío, tienes que mirar las cosas en conjunto.

–Continua.

–Después, los avistamientos –Víctor levantó una ceja y el chico lo atajó antes de que hiciera algún comentario–; sí, sí, avistamientos. Hay más de una persona que lo ha visto, por la noche, escabulléndose por los rincones. Una figura blanca, como un fantasma, y muy fría.

–Venga ya, eso son los rumores de siempre. Toda la vida lo mismo. No es más que la forma de los viejos de asustarnos de pequeños para que no nos metamos en el bosque.

–¿A ti qué te pasa? ¿Desde cuándo eres tan escéptico? –su amigo, muy dado a pensar todo con demasiado ahínco, solía confiarle sus teorías más peregrinas acerca de lo que él consideraba los extraños comportamientos de la vida pequeña del pueblo más lejano a la capital.

–¿Y tú desde cuándo eres tan crédulo? –contraatacó Víctor con una sonrisa.

–Nadie ha ido a comprobar al reino que no haya nadie.

–Yo no te estoy diciendo que no viva nadie ahí. Pero las historias de un tipo con aires de grandeza que vive solo en un reino que no tiene más que hielo son un poco difíciles de creer.

–Yo no creo que esté solo –el joven se encogió de hombros porque lo cierto era que toda noticia que tenían de aquel paraje no eran más que rumores e historias que se habían extendido de boca en boca sin la certeza de un testigo fiable–. Pero aún queda el último punto.

–La gran revelación.

–Hay gente que asegura que los observaba mientras dormía.

–¡Venga ya! –la incredulidad de Víctor fue menor de lo que esperaba.

–Te lo juro.

–¿Y eso cómo lo saben? ¿Alguien se ha despertado y lo ha visto, ahí, mirándolos dormir?

–No, pero todos hablan de la misma pesadilla. Exactamente la misma: algo… como unas manos, hurgándoles en el pecho, como si intentase helarles el corazón y las entrañas.

A Víctor se le secó la boca.

48

ALBADA AMB CLÍMENE

amanecer con climene

Des d’ací, es veu a la nimfa en tota la seua esplendor. La seua pell, el seu cos clar, l’albada reflectida al seu coll. L’eterna línia de la columna, els clotets sobre les natges. La melena solta, inundant el coixí. Despreocupada de mi i de tots, juga a semblar inert a la tranquil·litat del seu repòs. Juga a dormir sense deixar-me entrar al seu somni.

La nimfa sempre em dóna l’esquena. Ara, quan intente fer-li l’amor; i també quan es mostra hermètica i incompassiva davant els meus intents de beure-li els llavis, o regalar-li els meus ulls. Té massa pretendents; però poc o molt, els ignora a tots.

La nimfa ronseja al llenç blanc del seu llit, dibuixa colines i muntanyes amb el cos. Li mire els moretons del costat. Maldita nimfa, perquè no em deixaràs estimar-te, perquè no allunyaràs dels teus malucs a tots eixos que et fan mal, que prenen la teua esquena –la sempiterna esquena que ara et bese- i marquen en ella els seus dits d’homes bèsties, els seus cops d’inconscients. No, nimfa, no; no veus que t’estan desgastant?

A la llum del matí, la nimfa es veu increïblement bella, misteriosa, com un riu que recórrer o un manoll d’estels. La seua pell fa olor a canyella, a sàndal; i més enllà, a mesc i fruites. A encens del d’església els seus pits, que endevine quan corone el cim del seu coll. I el seu ventre, que fa olor a pa, com fa olor el ventre de les dones bones.

Potser estime a la nimfa. Només potser. El desig es confon amb l’odi d’una manera tan fàcil… Com estimar la seua esquena impertorbable, la seua tossudesa incommovible, el seu rostre misteriós de dona coqueta. Com no desitjar ser cada un d’eixos rajos de sol per a posar-se en la seua pell i penetrar-la amb dolçor, i escalfar-li el cor. Com no deixar-se la vida en l’intent de veure-la somriure, resolta entre els meus braços, allunyada dels moretons de tots aquells que mai, mai degueren haver-la tocat.

46

Mother

“Víctor.”

“Yes?” he answered mechanically as he tensed; delicate topics could only grow in crescendo.

“If you ever have babies, and one of them is a boy, would you name it Blue?”

“Blue?”

“As a name.”

“But Blue is not a name for a person,” he repeated, feeling himself at the beginning of the conversation again.

“But I like it,” she argued, tenacious, like every time she made a decision she was fully convinced of.

“You like very weird things.”

“Ana is weird and you like her.”

“Ana is weird?” Víctor was surprised, he did not thought his girlfriend had any particular weirdness at all; the fact was that he actually considered her to be excessively ordinary.

“Yes.”

“Wow…” he did not want to ask the nature of such an assertion.

“So, are you going to name your baby Blue?”

“I’ll have to ask Ana.”

“Why?” the girl’s utter surprise tone pleased Víctor.

“The baby’s mother should have an opinion, shouldn’t she?”

“But I don’t want you to have babies with Ana,” Cristina was horrified, she did not know his brother’s girlfriend but she was sure she would not like her, she was not appropriate for him, her brother, her constant and pillar, who deserved more, so much more, someone unique, exceptional, like him; someone absolute.

“Why?”

“I don’t like Ana.”

“You don’t know her. Also, I’m the one who has to like her.”

“Do you love her?”

“I don’t know,” that he had asked himself more than once, but he also did not sense from her any specially stirring behaviour.

“But she’s your girlfriend.”

“Yeah. But that comes with time. Would your rather she wasn’t?”

“Yes. I want you to have a boyfriend named Blue.”

“Well, that’s not going to happen,” he repeated once more.

“Because you like girls.”

“Yes…”

“You’re weird too,” sentenced the girl with a firmer tone than him.

“Well, thank you.”

“You’re welcome,” she articulated while smiling with her mouth full of bread and cheese, not even waiting for the last chunks Víctor had just removed from the fire to cool down.

46

Madre

–Víctor.

–Dime –respondió mecánicamente, tensándose; los temas delicados sólo podían ir in crescendo.

–Si tienes bebés alguna vez, y uno es chico, ¿le pondrás Azul?

–¿Azul?

–De nombre.

–Pero Azul no es un nombre de persona –repitió, sabiéndose al principio de la conversación otra vez.

–Pero a mí me gusta –replicó ella, tenaz, como siempre que tomaba una firme decisión de la que estaba plenamente convencida.

–A ti te gustan cosas muy raras.

–Ana también es rara y a ti te gusta.

–¿Ana es rara? –Víctor se sorprendió, desde luego no pensaba que su novia tuviese ninguna rareza en especial, el hecho era que, en realidad, la consideraba excesivamente normal.

–Sí.

–Vaya… –no quiso preguntar la naturaleza de tal aseveración.

–Entonces, ¿le pondrás Azul a tu bebé?

–Tendré que preguntarle a Ana.

–¿Por qué? –el tono de absoluta sorpresa de la niña complació a Víctor.

–La madre del bebé tendrá que opinar, ¿no?

–Yo no quiero que tengas bebés con Ana –Cristina estaba horrorizada, no conocía a la novia de su hermano pero estaba segura de que no le gustaría, no era apropiada para él, su hermano, su constante y pilar, que merecía más, muchísimo más, alguien único, excepcional, como él; alguien absoluto.

–¿Por qué?

–Ana no me gusta.

–No la conoces. Además, me tiene que gustar a mí.

–¿Tú la quieres?

–No lo sé –se lo había preguntado en más de una ocasión, pero tampoco percibía de ella un tratamiento especialmente arrebatador.

–Pero es tu novia.

–Ya. Pero eso viene después. ¿Preferirías que no lo fuera?

–Sí. Yo quiero que tengas un novio que se llame Azul.

–Pues eso no va a poder ser –lo volvió a repetir una vez más.

–Porque te gustan las chicas.

–Sí…

–Tú también eres raro –sentenció la niña con tono más firme que él.

–Vaya, gracias.

–De nada –pronunció sonriendo con la boca llena de pan y queso, sin esperar apenas a que los últimos pedazos que Víctor acababa de sacar del fuego terminasen de enfriarse.

45

Flores

–Oye… –titubeó unos segundos– La verdad es que no sé cómo formular la pregunta. ¿Tú…? –no le pareció especialmente educado o prudente preguntarle por qué estaba allí y tampoco supo cómo continuar conforme hacía un gesto impreciso englobando su entorno con la mano.

–¿Por qué estoy aquí? –adivinó el Príncipe, con un conato de sonrisa iluminándole el rostro.

–Sí.

–¿Una pregunta tan trascendental no me la tendría que hacer yo a mí mismo?

–¿Qué?

–Disculpa ­–la sonrisa se amplió mientras hervía pasta e intentaba cortar hebras de queso con un cuchillo excesivamente afilado– Es una historia un poco larga, al fin y al cabo es la historia de toda una vida.

–Te escucho.

–Hmmm… De acuerdo. Bien –se aclaró la garganta tras beber un trago de agua y revolvió de forma distraída la pasta dentro de la olla antes de que Víctor le indicase que, también en este caso, se le pegaría la comida de no moverla, al fuego–. Como toda buena historia, esta empieza con un nacimiento. No fue un nacimiento especial. No hubo augurios ni grandes fiestas, tampoco peregrinaciones de gentes que fuesen a felicitar a los padres o regalos de dudoso uso u origen. Sucedió durante el día y se resolvió con facilidad.

 

En el cielo brillaba el sol despejado y dentro de la casa la parturienta lanzaba gruñidos de impaciencia. Como asistenta de la matrona había estado presente en numerosos partos desde que había comenzado su servicio, siendo ella apenas una adolescente, y sabía con bastante precisión qué y cómo tenía que pasar. La mayoría de los nacimientos habían sido rápidos, sin complicaciones; solamente en una ocasión había sobrevenido la tragedia. A raíz de tal éxito, se oía murmurar acerca de la influencia de la magia en aquellas manos trabajadoras e implacables que la matrona blandía con seguridad. La mujer, mirándose el abultado vientre, no se creía nada de aquello.

Una vez tuvo al bebé entre los brazos, olvidó de inmediato cualquier molestia, cualquier dolor, cualquier sensación que no fuese un amor creciente y cálido que le brotaba del pecho, mezclado con un cansancio que galopaba con celeridad, atrapándola entre las garras del sueño de forma irremediable. Su marido, una vez que sus familiares se hubieron retirado, colocó al recién nacido en su cesta, que dejó en la cama entre él y su esposa, y se dejó alcanzar por el sueño sin oponer un ápice de resistencia.

45

LA MORT QUOTIDIANA

Ha trencat hui l’albada

la mort d’una terra inerta

i la nina desgrana el seu fil:

no ho faces, nina, desperta!

Ja comença a obrir el sol

el caliu de les papallones

i nina abandona el bressol

deixant-hi mortetes rodones.

Nina oblida el que sap

i, conforme obre les parpelles,

el món li arrenca del cap

el que il·luminava amb elles.

Com màgia, així, la convenç

de que ja no paga la pena:

Nina, no veus que eixe llenç

de mort s’ha tornat condemna?

Que li han furtat la paraula,

que li han tancat la boca

i han entrat estranys a casa

a endur-se el que no els pertoca.

I nina, que ho accepta i calla,

no veu que la mort és propera:

El que hui et furten, rialla,

no vindrà amb la primavera.