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ELS DISSABTES, LES PROSTITUTES MATINEN MOLT PER A ESTAR DISPOSADES.

 

Enfront de ma casa viu una puta. És una dona jove i mulata, de carns lluentes i rodones, que viu a soles i rep als clients en sa pròpia casa. Li agrada matinar –a la manera en què matinen les putes, és a dir, a les 11 o 12 del matí els dies que més prompte- i obrir les cortines per a que la llum indirecta del dia que arriba als finestrals del segon pis d’un carreró de barri pobre inunde la seua sala d’estar, tan llunyana de aquelles sales mal pintades de la casa de poble on tota la seua família s’arremolinava per fer-se amb un tros de iuca que la iaia fregia de bon matí.

La veig estirar-se, ensenyant les cuixes desgastades, entre el seu pijama blanc i lleuger que deixa els pits lliures i les cames mostrant la pròpia lluentor primària, un parell de pisos baix del meu, davant la finestra que deixa oberta com a reclam de clients. Sempre el mateix: s’arreplega els rínxols en una cua, dalt del cap, neteja tot allò que ha quedat escampat de la nit anterior i, mentre es cou l’arròs i es fregeix el plàtan que acostuma a desdejunar, trau la caixa dels retrats i els neteja, un a un, la pols amb un drap que després subjecta amb les cuixes –les rodones i cotitzades cames- amb tal de tindre les mans lliures per a col·locar-los, amb un curós ordre genealògic, en la tauleta que hi ha baix de la finestra, on romandran fins que a això de mitja vesprada, quan els homes casats logren escapar-se i els solters s’avorrisquen de buscar sense èxit alguna cosa interessant a la tele, comencen a vindre a veure-la ballar les mateixes mans que ara col·loquen a la iaia al centre, al tiet José Antonio, a la cosina Altagracia, als bessons Julio César i Ramona, i a la senyora Francisca, una dona que s’està construint amb els diners que li envia una preciosa caseta vora el mar per a retirar-se a la jubilació amb la seua filla, periodista en Espanya, figure’s vosté quin orgull per a una mare.

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Flores

–Me encantaría follarte, ¿me dejas? –me lo susurra al oído, acariciándome con su voz rota y fluida y de la cual bebo como un bebé hambriento.

Pero no es una pregunta. En origen sí lo es: me está preguntando, pero cuando llega a mí ya ha dejado de serlo; yo sólo oigo un deseo, un anhelo que ya no sé si es suyo o mío. Y no espera una respuesta, ¿por qué habría de hacerlo?, ya la sabe, desde luego que la sabe, no puede ser más obvia. Cada fibra en mí, cada poro de mi piel se retuerce, me impulsa hacia él y le grita que sí, por supuesto que sí, fóllame, desaparece dentro de mí y hazme desaparecer contigo.

Se desabrocha el único botón de su ropa interior excesivamente anticuada y no necesita las manos para deprenderse de ella. No, se limita a balancear las caderas con suavidad, con lentitud, como todos sus movimientos, como si la elegancia luchase con la languidez y lo convirtiese en un simple continuum de seducción. Mueve las caderas mientras mueve las manos sobre mí y la tela se desliza sobre sus piernas perfectamente esculpidas.

Sé que voy a perder el control, lo noto escapar de mí como un puñado de arena entre los dedos, e intento luchar contra ello, resistirme, porque en cuanto llegue el momento dejaré de ser responsable de mis actos y me someteré a sus deseos porque son los mismos que los míos. No quiero ser una marioneta, necesito no perder el control. Una vez que lo pierda seré completamente suyo, pero él no será mío, no del todo. Ni siquiera sé si lo es un poco.

Su lengua se enreda sobre mi cuerpo abriendo senderos de fuego a su paso; me deshago y me noto comenzar a desaparecer cuando la desliza a lo largo de mi pene. No puedo evitar gemir, y con cada gemido escapa de mí un pedazo de mi reducido autocontrol. Me tenso, o me destenso. O…

Quiero poder pensar con claridad, pero palpito dentro de su boca y sus gemidos se mezclan con los míos como un coro que se eleva al mismo compás y cuyo eco da saltos por los altos techos de la estancia. Pero se retira a mitad del camino, sin acercarse a dejarme terminar, y lo agradezco porque quiero alargar este momento, malearlo entre las manos y saborearlo.

El Príncipe me separa las piernas y se coloca entre ellas, se inclina sobre mí y me lame los labios con la punta de la lengua.

–Sí…

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Fuego

–Detrás de mi casa, cuando aún vivían mis padres y yo vivía con ellos, había un jardín que se perdía en el inicio de un pequeño bosque, no muy poblado, donde ayudé a mi padre a construir una cabaña. Era un sitio… Eso no es importante. Pocos años después de que se corriera la voz acerca de mi… carencia afectiva, se mudó una familia un par de casas más allá, al final del camino.

 

El matrimonio era mayor, y sólo tenían un hijo, Kai, que apenas había sobrepasado la adolescencia. El muchacho siempre había sido tímido, pero tenía una especie de brillo, un encanto incierto que flotaba invisible a su alrededor. Se manejaba sin problemas con su entorno y solía dejarse perder entre los árboles del bosque al que daba paso su jardín mientras, él también, se dejaba perder a sí mismo. El muchacho con el corazón vacío se había topado con él una tarde especialmente helada mientras buscaba algo de leña para su padre. Kai conocía al muchacho, pero no había tenido oportunidad hasta el momento de entablar conversación con él a solas.

Sólo conocía los rumores que aleteaban por el pueblo, saltando de boca en boca y de oído en oído, transformándose con cada salto, alejándose a pasos cada vez más agigantados de la verdad de la que habían surgido. Cuando Kai se acercó a saludarlo, tras observarlo unos segundos entre las ramas, indeciso de cómo dirigirse a él, el muchacho lo miró con indiferencia y le contestó de una forma inusualmente educada.

Su voz, fría y rasgada como el ambiente, no parecía pertenecer a aquella cara blanca y tersa de adolescente demasiado crecido. El vaho que se acumulaba en pequeñas nubes con cada respiración no parecía serle indicativo suficiente del frío que hacía, ya que no llevaba guantes ni bufanda. Kai esperaba que, en cualquier momento, rompiese a nevar. Se presentó y alargó la mano para estrechársela, incómodo por la formalidad del gesto, pero sintiéndolo apropiado tras su educado saludo de adulto.

Desconocía su edad.

Realmente lo desconocía todo acerca de él.

30

Hogar

–Mierda –cuando el muchacho apartó la vista del agua, vio a Kai con un dedo metido en la boca y una gota de sangre deslizándosele por la barbilla desde el labio inferior.

Fue a humedecerse el pulgar como reflejo del gesto que había visto hacer a su madre en numerosas ocasiones, pero en cambio se le acercó, le retiró la mano y le lamió la sangre en dirección contraria a la que había seguido la gota en su descenso. Volvió a girarse mientras la saboreaba para dejar descansar de nuevo la mirada en el agua. Kai sacudió la cabeza para deshacerse de la estupefacción con una sonrisa y retomó su tarea.

En una profundidad del bosque en la que no les era permitido adentrarse corría un río que se curvaba y dividía caprichosamente a lo largo del extenso tramo que se habían atrevido a explorar. El terreno se elevaba de forma desigual y escabrosa, cubierto de hierba y musgo. Sin embargo, en la orilla de una amplia curva rodeada de árboles habían descubierto un pequeño claro que el agua salpicaba rítmicamente y que la luz del sol cubría de un verde vibrante.

Una leve niebla le confería a cada forma un halo fantasmagórico la mañana en la que lo habían encontrado. Habían desembocado entre los rayos de un sol despejado que habían hecho a Kai sentirse transportado, atrapado en un instante en el tiempo mientras las gotas de agua suspendidas en el aire lanzaban minúsculos destellos.

–¿Puedes?

–No es tan fácil –replicó dando la última puntada.

–Podrías haberlos desabrochado.

–Ya. Supongo que a veces me cuesta contenerme –dejó a un lado la camisa con los botones recién cosidos y guardó la aguja para evitar cualquier accidente.

Paseó la mirada entre los movimientos de arena y ramas del fondo del río a través de la perfecta transparencia del agua y siguió el avance de un banco de diminutos peces que se deslizaban entrecruzándose como si realizasen una estudiada coreografía. Desvió la vista hasta su compañero, sentado a su lado con la mirada fija en los vaivenes del agua. Le pareció, como en otras ocasiones, una estatua, con su piel perfecta y fría, que le imponía un respeto reverencial. Y le resultó contradictorio casi no atreverse a tocarlo cuando apenas una hora antes habían hecho el amor en un arrebato de pasión en el que Kai le había hecho saltar los botones de la camisa de un tirón.

29

Fuego

-¿Carencia afectiva? –preguntó Víctor con una media sonrisa.

-Así lo llamaban mis padres. ¿Te parece gracioso? –a Cian aún le costaba diferenciar lo humorístico de la burla.

-No, no; es muy… eufemístico.

-Esto me recuerda a algo que en realidad es gracioso.

-Tu memoria va funcionando muy bien, ¿no? –una vez pronunciado, el comentario sonó más acusador de lo que pretendía, pero Cian respondió sin dar muestra de ofensa alguna.

-Quizá solo estaba congelada, como todo lo demás.

-¿Qué hay de tu nombre? –inquirió con curiosidad, pero él se limitó a encogerse de hombros-. Bueno, cuéntame.

-Interrúmpeme cuando te aburra –le sonrió y Víctor asintió con la cabeza al tiempo que le indicaba con un gesto que comenzase.

Aquella tarde Kai había llegado corriendo a casa, había recorrido el pasillo a zancadas, había saltado al jardín y continuado desoyendo los gritos de su madre. Aminoró el paso conforme se acercaba a la cabaña para poder tomar un poco de aire, y cuando la alcanzó le dio la impresión de que estaba vacía. Con más pesar del que se atrevía a reconocer, se asomó de todos modos.

-¿Ne?

-Llegas muy tarde –la voz lo asaltó por la espalda.

-Disculpa –se apartó para dejarlo pasar, cargado de ramas.

-¿Has venido corriendo?

-No habría llegado nunca andando –Kai se dejó caer junto a la chimenea, agotado; y tras dejar los troncos, el muchacho tomó asiento a su lado.

-Ayer dijiste que hoy necesitabas hablar conmigo de algo importante.

-Sí –vaciló- Es… bueno, en realidad sé que no te vas a ofender, pero… Tu… carencia afectiva, como tú la llamas, ¿a qué se debe?

-Yo no lo llamaría así, pero es así cómo lo llaman mis padres. Es vacío. Nací así.

-Hay… he oído teorías acerca de ello. A la gente le encanta hablar de lo que no sabe –hizo una pausa porque desconocía si quería que se las contase e interpretó su silencio y atención como curiosidad-. Al parecer hay quien piensa que alguien te robó lo que quiera que sea que te falta. Hay varias versiones, de hecho. Pero la mejor teoría es en la que alguien, quizá tus padres o quizá tú mismo, en algún momento decidió guardar tu corazón. En una caja. Que ahora está perdida –no pudo evitar una risita nasal.

-¿Una caja cerrada con una llave o una contraseña?

-¿Importa mucho?

-¿No te sería más gracioso perder la llave u olvidar la contraseña pero mantener la caja? –el tono neutro y frío con el que razonó tal idea le produjo un acceso de risa a Kai.

-Perdóname.

-¿Por qué? Es ironía básica. ¿No es inherentemente graciosa?

28

Fuego

Cian llevó las manos a su rostro, mientras se besaban, y lo recorrió con las yemas de los dedos lentamente, como si a través de ellas intentase fabricarse una imagen mental de Víctor, guardarla a fuego en su memoria para que perdurase. Con premura bajó las manos hasta su cuello y terminó de desabotonarle el abrigo, que deslizó por sus brazos y dejó caer en el suelo. Víctor se despojó del jersey con un rápido movimiento y se llevó las manos al borde inferior de la camisa, recogida dentro del pantalón, para soltar los botones, pero Cian se las apartó, a lo que el muchacho respondió retirando la lengua del interior de su boca, atrapando su labio inferior entre los dientes y ejerciendo una leve presión.

Cian terminó de desabotonar la camisa, liberó los faldones y la dejó caer junto al abrigo y el jersey. Por último introdujo las manos por el interior del borde de la camiseta térmica y acarició su tronco y brazos, cuya piel se erizaba con el contacto, mientras la enrollaba para despojarlo de ella. Volvió a rodearle la cintura con los brazos y lo apretó contra sí para besarlo mientras Víctor hundía las manos en su pelo. Con satisfacción notó crecer su miembro, enfundado en el pantalón, haciendo presión sobre el suyo, que palpitaba y lo impelía a arrancarle la ropa, al mismo tiempo que la respiración de Víctor se volvía más pesada y desacompasada, como la suya propia.

Aspiró una gran bocanada de aire, lo asió por las caderas y lo hizo girar a su alrededor con un par de zancadas, colocándolo de espaldas al trono, le soltó la tira de cuero de la hebilla del cinturón con demasiado brío y se golpeó la mano derecha con el metal. Emitió un leve quejido y se la llevó a la boca en un acto reflejo, pero Víctor la tomó entre las suyas, le besó el dorso, le dio la vuelta con cuidado y apretó los labios durante unos segundos en la palma mientras Cian, con la mano libre, le liberaba de los ojales los botones del pantalón.

28

QUÈ DESITJA

 

Ara mateix m’obriria d’ulls. Deixaria que em penetrares lentament, intensa, ardent amb els teus. Que m’acaronares la imatge amb la teua mirada que destil·la un foc que casualment crema a la mateixa temperatura a la que m’abrase ací. Ara mateix cridaria sense paraules que vull olorar-te molt a prop, mossegar-te les galtes, arrencar-te eixa filera de botons que m’està fent perdre el seny. Estirar-te del cabell. Destrossar-te la corbata. Tirar-te sobre una d’eixes taules i saltar sobre tu com un animal salvatge, com una possessa, com una malalta. Panteixar amb la teua suor entre els meus dits. Tirar per terra els gotets de cafè, les setrilleres, les motxilles dels altres. Ara mateix deixaria que les teues paraules s’escorregueren per la meua orella tan dolçament com pecaminosa, i les sentiria relliscar libidinosament pel timpà cap avall, fins eixe punt just darrere del melic que ara mateix s’ha convertit en l’eix del meu cos.

Però porta’m un tallat i una torrada.

27

 

EN QUÈ TU VENS A DINAR-ME

Amor, saps?, tot avui, la meva porta

frisant per fer-te pas s’obria sola.

Maria-Mercè Marçal.

Hui vaig a veure’t: cal obrir els panys de casa, les finestres, que entre la llum. El pati, les parets, com floreix tot esperant que tu arribes! La teua imminència crida des del llit, em fa tremolar el cos; tire un parell de coberts de les mans mentre els rente, neguitosa. Una llum xicoteta transforma ara la cuina, els quadres, la panxa, el menjador, aguaitant la teua presència.

Replegue la casa, netege la taula baix de l’ombra de la llimera i dispose dues cadires per seure tots dos: una per a tu, una per a mi. Dubte si posar-les l’una al costat de l’altra –els teus dits recorrent la meua cuixa cap amunt a l’hora del flam-. Pare taula, passant els dits per on passaran els teus llavis, la teua llengua, i els raigs de sol es preparen per veure’t.

Em despulle lentament, mirant front a l’espill com va caient la roba. Em fique a la dutxa, òmplic els meus pits de bromera, el coll, els braços. Veig com l’aigua s’enduu el sabó fent remolins cames avall. Em fregue, em banye, em rasure. M’eixugue, em perfume en l’escot i just darrere de les orelles; el rellotge impenitent rellisca les sagetes contra la meua paciència. Trie amb cura la roba interior, el vestit de cotó, el recollit del cabell. Se m’ericen els mugrons imaginant com puc fer-ho per mossegar-te el coll a la primera ocasió en què et distragues.

Truques a la porta just a l’arribar migdia, ja estàs ací, ja puc sentir la teua respiració per les escletxes. Quan t’obric, et tinc tantes ganes que segur que m’ho notes en la cara. T’agafe les galtes i te les bese, mentre et conduisc al fons de la casa per tindre’t molt a prop i seure –cames contingudes com a bona xica- a aconsellar-te bé per seduir-la a ella: estes coses no les fan les amigues.