Las manos enlazadas, las mentes unidas con infinitos hilos invisibles. Caminábamos, al borde del foso que tanto nos había costado cavar, con la vista perdida en algún punto al otro lado, los cuerpos cansados, y el tiempo congelado en un momento irreal.
Para algunos, el fuego lo había cambiado todo; sus llamas habían guiado a millones por caminos entrelazados en los que antaño tantos otros se habían perdido. De la simplicidad de una simple decisión se había pasado a un radical cambio de las reglas del juego. Las opciones a elegir, que en un tiempo se habían limitado a ser diferentes versiones de un mismo discurso, repetitivo y obsoleto, eran ahora demasiadas, tantas como la imaginación pudiera crear.
Es irónico pensar como la simple noción de contar con tantas opciones diferentes puede llegar a adquirir una dimensión inesperada, incluso terrorífica. De nada sirven tantos caminos, tantas alternativas, si lo que falta es una dirección clara a seguir. Nos vendieron las nuevas tecnologías y las redes sociales como un aliado a nuestra justa causa, un portal a través del que mostrar nuestras ideas, nuestros objetivos.
Nos engañaron desde el principio.
Engañaron a siete millones y medio de almas, perdidas en la misma red que les conectaba, generando mil ideas inconexas cada minuto. Nos dejaron jugar a tener el control del mundo gracias a esa red, a rozar con los dedos la falsa ilusión de tener toda la sabiduría del planeta a sólo un clic de distancia.
Pero no dejaba de ser una ilusión. El exceso de información no sólo lo pagamos con una inevitable falta de veracidad, sino con una extrema especialización mediática que acabó repartiéndonos la verdad en trozos tan pequeños, tan insignificantes, que llegaron a rozar la mentira. Al dirigir los ojos al eléctrico resplandor de nuestras nuevas pantallas, disponibles de pronto en incontables tamaños, le dimos la espada a la verdad. Nos habían puesto tantos árboles frente a los ojos que resultaba imposible distinguir el bosque.
Fue entonces cuando llegó Francesc, y susurrándonos al oído, nos prometió enseñarnos la verdad. Uno a uno.