32

Fuego

–Detrás de mi casa, cuando aún vivían mis padres y yo vivía con ellos, había un jardín que se perdía en el inicio de un pequeño bosque, no muy poblado, donde ayudé a mi padre a construir una cabaña. Era un sitio… Eso no es importante. Pocos años después de que se corriera la voz acerca de mi… carencia afectiva, se mudó una familia un par de casas más allá, al final del camino.

 

El matrimonio era mayor, y sólo tenían un hijo, Kai, que apenas había sobrepasado la adolescencia. El muchacho siempre había sido tímido, pero tenía una especie de brillo, un encanto incierto que flotaba invisible a su alrededor. Se manejaba sin problemas con su entorno y solía dejarse perder entre los árboles del bosque al que daba paso su jardín mientras, él también, se dejaba perder a sí mismo. El muchacho con el corazón vacío se había topado con él una tarde especialmente helada mientras buscaba algo de leña para su padre. Kai conocía al muchacho, pero no había tenido oportunidad hasta el momento de entablar conversación con él a solas.

Sólo conocía los rumores que aleteaban por el pueblo, saltando de boca en boca y de oído en oído, transformándose con cada salto, alejándose a pasos cada vez más agigantados de la verdad de la que habían surgido. Cuando Kai se acercó a saludarlo, tras observarlo unos segundos entre las ramas, indeciso de cómo dirigirse a él, el muchacho lo miró con indiferencia y le contestó de una forma inusualmente educada.

Su voz, fría y rasgada como el ambiente, no parecía pertenecer a aquella cara blanca y tersa de adolescente demasiado crecido. El vaho que se acumulaba en pequeñas nubes con cada respiración no parecía serle indicativo suficiente del frío que hacía, ya que no llevaba guantes ni bufanda. Kai esperaba que, en cualquier momento, rompiese a nevar. Se presentó y alargó la mano para estrechársela, incómodo por la formalidad del gesto, pero sintiéndolo apropiado tras su educado saludo de adulto.

Desconocía su edad.

Realmente lo desconocía todo acerca de él.

30

Hogar

–Mierda –cuando el muchacho apartó la vista del agua, vio a Kai con un dedo metido en la boca y una gota de sangre deslizándosele por la barbilla desde el labio inferior.

Fue a humedecerse el pulgar como reflejo del gesto que había visto hacer a su madre en numerosas ocasiones, pero en cambio se le acercó, le retiró la mano y le lamió la sangre en dirección contraria a la que había seguido la gota en su descenso. Volvió a girarse mientras la saboreaba para dejar descansar de nuevo la mirada en el agua. Kai sacudió la cabeza para deshacerse de la estupefacción con una sonrisa y retomó su tarea.

En una profundidad del bosque en la que no les era permitido adentrarse corría un río que se curvaba y dividía caprichosamente a lo largo del extenso tramo que se habían atrevido a explorar. El terreno se elevaba de forma desigual y escabrosa, cubierto de hierba y musgo. Sin embargo, en la orilla de una amplia curva rodeada de árboles habían descubierto un pequeño claro que el agua salpicaba rítmicamente y que la luz del sol cubría de un verde vibrante.

Una leve niebla le confería a cada forma un halo fantasmagórico la mañana en la que lo habían encontrado. Habían desembocado entre los rayos de un sol despejado que habían hecho a Kai sentirse transportado, atrapado en un instante en el tiempo mientras las gotas de agua suspendidas en el aire lanzaban minúsculos destellos.

–¿Puedes?

–No es tan fácil –replicó dando la última puntada.

–Podrías haberlos desabrochado.

–Ya. Supongo que a veces me cuesta contenerme –dejó a un lado la camisa con los botones recién cosidos y guardó la aguja para evitar cualquier accidente.

Paseó la mirada entre los movimientos de arena y ramas del fondo del río a través de la perfecta transparencia del agua y siguió el avance de un banco de diminutos peces que se deslizaban entrecruzándose como si realizasen una estudiada coreografía. Desvió la vista hasta su compañero, sentado a su lado con la mirada fija en los vaivenes del agua. Le pareció, como en otras ocasiones, una estatua, con su piel perfecta y fría, que le imponía un respeto reverencial. Y le resultó contradictorio casi no atreverse a tocarlo cuando apenas una hora antes habían hecho el amor en un arrebato de pasión en el que Kai le había hecho saltar los botones de la camisa de un tirón.

29

Fuego

-¿Carencia afectiva? –preguntó Víctor con una media sonrisa.

-Así lo llamaban mis padres. ¿Te parece gracioso? –a Cian aún le costaba diferenciar lo humorístico de la burla.

-No, no; es muy… eufemístico.

-Esto me recuerda a algo que en realidad es gracioso.

-Tu memoria va funcionando muy bien, ¿no? –una vez pronunciado, el comentario sonó más acusador de lo que pretendía, pero Cian respondió sin dar muestra de ofensa alguna.

-Quizá solo estaba congelada, como todo lo demás.

-¿Qué hay de tu nombre? –inquirió con curiosidad, pero él se limitó a encogerse de hombros-. Bueno, cuéntame.

-Interrúmpeme cuando te aburra –le sonrió y Víctor asintió con la cabeza al tiempo que le indicaba con un gesto que comenzase.

Aquella tarde Kai había llegado corriendo a casa, había recorrido el pasillo a zancadas, había saltado al jardín y continuado desoyendo los gritos de su madre. Aminoró el paso conforme se acercaba a la cabaña para poder tomar un poco de aire, y cuando la alcanzó le dio la impresión de que estaba vacía. Con más pesar del que se atrevía a reconocer, se asomó de todos modos.

-¿Ne?

-Llegas muy tarde –la voz lo asaltó por la espalda.

-Disculpa –se apartó para dejarlo pasar, cargado de ramas.

-¿Has venido corriendo?

-No habría llegado nunca andando –Kai se dejó caer junto a la chimenea, agotado; y tras dejar los troncos, el muchacho tomó asiento a su lado.

-Ayer dijiste que hoy necesitabas hablar conmigo de algo importante.

-Sí –vaciló- Es… bueno, en realidad sé que no te vas a ofender, pero… Tu… carencia afectiva, como tú la llamas, ¿a qué se debe?

-Yo no lo llamaría así, pero es así cómo lo llaman mis padres. Es vacío. Nací así.

-Hay… he oído teorías acerca de ello. A la gente le encanta hablar de lo que no sabe –hizo una pausa porque desconocía si quería que se las contase e interpretó su silencio y atención como curiosidad-. Al parecer hay quien piensa que alguien te robó lo que quiera que sea que te falta. Hay varias versiones, de hecho. Pero la mejor teoría es en la que alguien, quizá tus padres o quizá tú mismo, en algún momento decidió guardar tu corazón. En una caja. Que ahora está perdida –no pudo evitar una risita nasal.

-¿Una caja cerrada con una llave o una contraseña?

-¿Importa mucho?

-¿No te sería más gracioso perder la llave u olvidar la contraseña pero mantener la caja? –el tono neutro y frío con el que razonó tal idea le produjo un acceso de risa a Kai.

-Perdóname.

-¿Por qué? Es ironía básica. ¿No es inherentemente graciosa?

28

Fuego

Cian llevó las manos a su rostro, mientras se besaban, y lo recorrió con las yemas de los dedos lentamente, como si a través de ellas intentase fabricarse una imagen mental de Víctor, guardarla a fuego en su memoria para que perdurase. Con premura bajó las manos hasta su cuello y terminó de desabotonarle el abrigo, que deslizó por sus brazos y dejó caer en el suelo. Víctor se despojó del jersey con un rápido movimiento y se llevó las manos al borde inferior de la camisa, recogida dentro del pantalón, para soltar los botones, pero Cian se las apartó, a lo que el muchacho respondió retirando la lengua del interior de su boca, atrapando su labio inferior entre los dientes y ejerciendo una leve presión.

Cian terminó de desabotonar la camisa, liberó los faldones y la dejó caer junto al abrigo y el jersey. Por último introdujo las manos por el interior del borde de la camiseta térmica y acarició su tronco y brazos, cuya piel se erizaba con el contacto, mientras la enrollaba para despojarlo de ella. Volvió a rodearle la cintura con los brazos y lo apretó contra sí para besarlo mientras Víctor hundía las manos en su pelo. Con satisfacción notó crecer su miembro, enfundado en el pantalón, haciendo presión sobre el suyo, que palpitaba y lo impelía a arrancarle la ropa, al mismo tiempo que la respiración de Víctor se volvía más pesada y desacompasada, como la suya propia.

Aspiró una gran bocanada de aire, lo asió por las caderas y lo hizo girar a su alrededor con un par de zancadas, colocándolo de espaldas al trono, le soltó la tira de cuero de la hebilla del cinturón con demasiado brío y se golpeó la mano derecha con el metal. Emitió un leve quejido y se la llevó a la boca en un acto reflejo, pero Víctor la tomó entre las suyas, le besó el dorso, le dio la vuelta con cuidado y apretó los labios durante unos segundos en la palma mientras Cian, con la mano libre, le liberaba de los ojales los botones del pantalón.

27

Flores

Víctor intentó no hacer ruido al entrar en la casa y se descalzó junto a la puerta. Encontró a su madre dormida en el sofá, se asomó a la habitación de su hermana y la encontró dormida también. En su cuarto, donde entró palpando las paredes para no encender ninguna luz, colocó la mochila con cuidado sobre la cama, se desnudó y se puso rápidamente un pijama tras desechar la idea de tomar una ducha previa pese a que seguía empapado de sudor y lluvia.

Tras días de inmensidad blanca, había vuelto al bosque extenuado hasta tal punto que se había dejado caer, tras abandonar la nieve, junto a un árbol en la tierra húmeda y esponjosa y se había quedado dormido de inmediato. Había despertado demasiadas horas después, entumecido y tiritando, calado por la suave llovizna que, al parecer, llevaba horas regándolo. Había echado a caminar pesadamente pero con energía renovada y había conseguido cruzar el bosque alimentándose con los restos de frutos que había traído del castillo. Cuando había llegado a su casa volvía a caer el sol.

No sabía a ciencia cierta cuánto tiempo había pasado desde que se había marchado. En cierto punto de su visita al castillo, los días le habían empezado a resultar interminables, como si el tiempo se hubiese expandido, dilatándose y estirándose cual masa informe a su alrededor y lo hubiese transportado lentamente, del mismo modo que un anciano cansado, entre innumerables salas vacías con ecos de agua.

Se acercó sigilosamente a su madre, se arrodilló junto a ella y depositó la mochila a su lado. Abrió la cremallera lentamente para hacer el menor ruido posible, extrajo las flores, blandas y encogidas sobre sí mismas, cuya casi transparencia amenazaba con la desaparición, en las que apenas se apreciaba rastro de vida, y las colocó con suavidad sobre el pecho de la mujer. Dormía con gesto sereno, despreocupado y frío, vestida con un escueto vestido de fiesta que nunca había pensado que su madre pudiera ponerse.

La observó unos segundos, admirando el envidiable estado físico en el que se mantenía. Su piel, que recordaba más oscura, resplandecía suave y tersa, con un color blanquecino y luminoso, casi enfermizo, como una virgen ofrecida al sacrificio. Cada curva de la escasa tela se adaptaba a la perfección a cada curva de su cuerpo. La imagen global le resultó profundamente grotesca, apenas reconocía a la mujer que se mantenía viva en sus recuerdos.

26

Flores

 «La posesión de un nombre es, y ha sido desde tiempo inmemorial, el privilegio de todo ser humano», Stephen Ullmann

«… he that filches from me my good name robs me of that which not enriches him and makes me poor», William Shakespeare, Hamlet

PRÍNCIPE: ¿Cómo te llamas?

VÍCTOR: Víctor. ¿Y tú?

PRÍNCIPE: … no lo sé. Una vez tuve un nombre, pero lo he olvidado.

Víctor: ¿Cómo puedes haber olvidado tu propio nombre?

PRÍNCIPE: Ya no queda nadie que necesite pronunciarlo.

VÍCTOR: Aun así deberías tener un nombre.

PRÍNCIPE: ¿Qué utilidad tiene un nombre cuando estás solo?

Víctor: Es tu identidad.

PRÍNCIPE: ¿Y qué utilidad tiene una identidad cuando estás solo?

VÍCTOR: Tu identidad eres tú. Te define. Te distingue de los demás.

PRÍNCIPE: ¿Qué definición necesito siendo el único habitante de un reino vacío?

VÍCTOR: Tu identidad marca tu forma de ser.

PRÍNCIPE: La forma de ser se moldea en función de quienes te rodean. Aquí puedo ser quien quiera ser en cada momento.

VÍCTOR: Ahora no estás solo.

PRÍNCIPE: Sí, así es. Quizá necesite un nombre ahora que tú estás aquí. ¿Qué nombre debería tener?

VÍCTOR: (le brota de los labios inmediatamente, recordando las palabras de su hermana). Azul.

PRÍNCIPE: ¿Azul?01

VÍCTOR: Sí… (Sonríe recordando la conversación). El color de tus ojos es muy característico, te puede servir como marca identificativa. Aunque aquí parecen más cian…

PRÍNCIPE: Cian suena interesante. (Hace rodar la palabra con la lengua un par de veces de forma apenas audible).

VÍCTOR: Nadie suele tener la oportunidad de elegir su propio nombre.

PRÍNCIPE: (La sonrisa le ilumina el rostro). Cian me gusta.02

VÍCTOR: De acuerdo.

25

Madre

–Nos hemos vuelto a quedar solos y es la hora de cenar. ¿Qué preparamos hoy?

Ambos se encaminaron hacia la cocina, Víctor intentando sacudirse de encima la desagradable sensación con la que lo había dejado su madre y la niña trotando a su lado.

–Yo quiero queso.

–Tú siempre quieres queso.

–Mamá dice que es bueno.

–Mamá… –se mordió la lengua para no cometer el error de decir algo malo de su madre delante de su hermana– Vale.

Le resultaba totalmente incomprensible la repentina actitud completamente indiferente de su madre. Hasta hacía apenas unos meses la había encontrado siempre excesivamente dulce y curiosa. Cuando Víctor pensaba en su madre, la primera imagen que le venía a la mente, la más poderosa, era su cabeza asomándose, jovial, a su puerta cuando ella volvía de trabajar y preguntándole por su día. Su eternamente paciente madre, que le daba consejos, normalmente demasiado indiscretos, acerca de la chica con la que salía. La mujer a la que en más de una ocasión habían chantajeado emocionalmente entre él y su hermana para que saliese con sus amigas a disfrutar, aunque fuese sólo durante un par de horas, mientras ellos aprovechaban para tirarse en el sofá, ver películas y comer palomitas hasta sentirse mareados. Pero, ahora…

Víctor notó la atenta mirada de su hermana clavada en su espalda mientras extraía todos los tipos de quesos que encontró en la nevera y empezó a temer alguna de sus preguntas excesivamente elaboradas a juzgar por el silencio de la niña. Se decidió por el camino fácil y buscó pan también.

–Le has dicho a mamá que ibas a salir hoy. ¿Vas a ver a Ana?

–Sí. ¿Quieres que le diga algo de tu parte? –aunque la niña no había mostrado interés por la chica con la que salía, por alguna razón él siempre intentaba que surgiera algún tipo de amistad entre las mujeres que ocupaban su vida.

–No. No me gusta –no a modo de pregunta, pero la niña, efectivamente, dejó caer la cuestión.

–¿No te gusta Ana?

–No. Es un nombre muy común.

–Bueno, es el que tiene.

–Preferiría que salieras con alguien con un nombre más bonito.

Víctor no pudo evitar reírse. Quizá su hermana creyera que había elegido a la chica por su nombre. Quizá su aspecto. ¿Por qué no? De qué otra forma, pensó, elegían los niños las cosas que les gustaban. Alguna reflexión acerca de ello emergió al fondo de su mente, pero optó por descartarla.

–¿Más bonito? ¿Cómo cuál?

–Azul.

25

Mother

 “We’re alone again and it’s dinner time. What do we cook tonight?”

Both walked into the kitchen, Victor trying to shake off the unpleasant sensation his mother had left him with, and the kid trotting by his side.

“I want cheese.”

“You always want cheese.”

“Mum says it’s good.”

“Mum…” he bit his tongue not to make the mistake of saying something bad about their mother in front of his sister. “OK.”

His mother’s sudden and completely indifferent attitude was totally incomprehensible for him. Only until a few months ago he had always found her excessively sweet and curious. When Victor thought about his mother, the first image that came to his mind, the most powerful, was her head appearing, cheerfully, at his door when she came from work and asking him about his day. His everlastingly patient mother, who used to give him advice, usually too indiscrete, about the girl he was going out with. The woman who, more than once, he and his sister had emotionally blackmailed so she went out with her friends to have some fun, even for a few hours, for them to be able to enjoy throwing themselves at the sofa, watching some films and eating popcorn until feeling ill. But now…

Victor felt the intense look of his sister on his back while he took out every kind of cheese he could find in the fridge and started to fear any of her too elaborated questions judging by the silence of the kid. He chose the easy way and looked for some bread too.

“You told mum you’re going out tonight. Are you seeing Ana?”

“Yes, I am. Do you want me to tell her something?” although the kid had not shown any interest for the girl he was going out with, for some reason, he always tried for some kind of friendship to arise between the women in his life.

“No. I don’t like it,” not in the form of a question, but the girl, indeed, let the issue drop.

“You don’t like Ana?”

“No. It’s a too common name.”

“Well, it’s the one she’s got.”

“I’d rather you go out with someone with a prettier name.”

Victor could not help but laugh. Maybe his sister thought he had chosen the girl because of her name. Maybe her looks. Why not? How else, he thought, would kids choose the things they like. Some reflection about that idea emerged on the depths of his mind, but he opted for dismissing it.

“Prettier? Like what?”

“Blue.”

24

Flores

Caminaba por el mundo a cámara lenta. Percibía un movimiento insólito a su alrededor que no recordaba haber percibido hasta ese momento. Cierto era que nunca se había detenido a analizar su entorno, se había movido hasta el momento dentro de la percepción personal de su yo en relación con el entorno, como si en realidad hubiese vivido en una burbuja semipermeable a través de la cual filtraba y racionalizaba el mundo exterior, adaptándolo a sí mismo. Un atisbo de aroma a flores lo apartó de su ensimismamiento y siguió el imperceptible rastro conforme la mujer que lo llevaba de perfume lo adelantaba por la acera, con prisa. La siguió apenas un par de pasos más hasta que se desvió de su camino.

No le resultaba realmente extraño o ajeno, y tampoco había permanecido tanto tiempo en el Reino de Hielo como para haber perdido su punto de referencia social, pero durante su estancia sí había cambiado algo. Había cambiado todo, pero en él. Se sentía diferente y al mismo tiempo se sabía la misma persona, sus valores, sus pensamientos, su lenguaje y sus expresiones corporales, todo lo que conformaba su yo básico y esencial permanecían; pero su relación con todo aquello, todos sus sentidos, que traducían su entorno y sus percepciones, se alimentaban de una fuente de energía diferente.

Pasó de largo por delante de un banco cuyas puertas, que siempre le habían parecido estar torcidas, ahora se le antojaban perezosas, descansando la una sobre la otra como si permanecer allí, de pie, como última línea de defensa ante las inclemencias del tiempo, día tras día, las hubiera ido agotando hasta querer descolgarse y descansar el sueño de los satisfechos con un buen trabajo realizado. No era un pensamiento nuevo, sólo rechazado.

Caminaba por el mundo a cámara lenta porque nunca se había parado a pensar que el mundo pudiera ofrecerle nada por lo que mereciera la pena esperar. Le pareció obvio, excesivamente conveniente e increíblemente estúpido llegar a tales conclusiones acerca de sí mismo precisamente en su rutinaria caminata matinal de las vacaciones, en las que, acostumbrado a madrugar durante la mayor parte de los meses del año, se levantaba apenas amanecía y se acercaba a la panadería propiedad de los padres de Ana para adquirir el desayuno para su madre y su hermana.

Vaciló ante la puerta de hierro forjado del establecimiento sabiendo que ella estaría en el mostrador, como cada mañana de verano desde hacía algunos años, regalándole sonrisas furtivas a espaldas de los clientes. Pero ahora no sabía cómo lo recibiría; desconocía si, de alguna forma, viéndolo, ella podría percibir que todo era diferente.