41

Madre

Un zapato abandonado bajo la lluvia era todo lo que había quedado en la calle tras el paso de las fiestas populares. Un zapato de mujer adornado con una flor de tela sobre la puntera, tumbado y sucio como si la dueña hubiera corrido por el barro provocado por una tormenta que acababa de estallar y lo hubiera perdido en su marcha. Como un personaje de cuento con inciertos valores morales. Una sola gota de sangre se alojaba en su interior, derramada lo largo de la plantilla, testigo de que el olvido del zapato no había sido un accidente jovial.

–¡Zorra mentirosa! –la bofetada había resonado por la plaza casi con la misma intensidad que el insulto, escupido con rabia por un iracundo muchacho.

Víctor echó a correr hacia ellos.

–¡Ocho meses! Y ahora resulta que eres una zorra… ¡lesbiana de mierda!

Las últimas palabras obraron un cambio radical en el gesto de la muchacha y Víctor frenó en seco, a apenas un par de zancadas de distancia de la pareja, alrededor de la cual se empezó a congregar un corrillo de gente. En ese momento, como si los fenómenos atmosféricos hubieran querido dotar el momento de un dramatismo especial, empezó a caer un aguacero sin apenas preaviso.

La chica, cuyo estado de ebriedad no era tan acusado como el de su compañero, se retiró algo de sangre de la cara tras haberse mordido el labio con el golpe y alzó una pierna levemente para dejar el zapato deslizarse por el empeine. Con un movimiento extremadamente rápido y seco le propinó un fuerte, y a juzgar por el alarido sordo del receptor, doloroso rodillazo en la entrepierna.

–¿Qué…?

–¿Pero no estaban saliendo?

–No, ¡qué va! Si lo dejó hace unos días…

–Bueno, tampoco creo yo que sea como para…

–… por una chica.

–Oh.

–Espera, ¿cómo dices?

–Como lo oyes.

–Vaya…

Víctor oyó la conversación de boca de un trío de chicas que pasaron por su lado, se acercaron a la pareja, agarraron a la muchacha por los brazos y se la llevaron cojeando con su pie desnudo. La agrupación se disolvió entre gritos, risas y carreras para resguardarse, pero él permaneció bajo la lluvia unos minutos más y se acercó al chico, que seguía arrodillado en el suelo respirando de forma entrecortada.

–Por lo menos sabes que es lo que te ha pateado el único problema que tiene contigo.

–Gilipollas.

–Venga, que te ayudo, te estás empapando.

–Gracias.

40

Flores

–Te traeré algo de comer.

–No, espera, puedo… ­–Víctor se afanó en deshacerse de las numerosas mantas que lo cubrían para saltar de la cama y seguirlo, pero él ya se había marchado.

Con un suspiro de frustración se levantó con dificultad y se asomó a la puerta sin atreverse a salir de la habitación. Conforme se había ido acercando al castillo su tamaño había ido aumentando hasta convertirse en una inmensa mole de piedra cubierta de hielo donde perderse parecía la opción más probable de ser un desconocido el que se pasease por sus pasillos. Las formas que se adivinaban bajo toda el agua y nieve que se había congelado en su superficie indicaban un continuo proceso de crecimiento del edificio a lo largo de su vida habitada, quizá en un muy lejano pasado en el que el verde fuese lo que dominase la vista en vez de aquel blanco casi infinito.

Víctor, inseguro aún de haber despertado, se preguntó qué había sucedido. Recordaba haberse abandonado a una muerte segura en cuyos últimos estertores de vida había alucinado un rescate por un ente abstracto dotado de ojos. Si estaba vivo y despierto en ese momento, el hecho de que aquel hombre, o muchacho, o lo que fuese, fuera el dueño de semejantes ojos significaba que un habitante de aquel lugar donde parecía imposible la vida lo había visto y había acudido en su ayuda. Recordaba haber oído su voz pero no acertaba a rememorar las palabras exactas que había pronunciado, aunque sí la leve sensación vigorizante que le habían causado. Tras días de la más absoluta soledad en aquel entorno tan extremo el contacto humano le había sido imposible de creer. Se sorprendió de la rapidez con la que se había adaptado al frío y al aislamiento.

Oyó un tintineo acercarse a la puerta y se dejó caer en la cama. Seguía dudando de que sólo hubiese un habitante en aquel reino, pero no saber si aquel que lo había rescatado era quien había provocado aquel gesto desesperado de locura en pos de la salvación de su madre lo hizo recibir al joven con un escepticismo creciente. Aun así, le agradó verlo entrar con una bandeja cargada de alimentos frescos cuyo aspecto se le antojó inusualmente delicioso. Sin mediar palabra se bebió todo el vino y el agua y devoró todo aquello que pudo antes de que le empezase a doler el estómago.

–He estado días buscándote –comentó el hombre, sentado a su lado, y le retiró los rizos de la cara con una caricia helada cargada de preocupación que hizo a Víctor acelerársele el corazón.

Lo miró estupefacto mientras masticaba y tragaba un pedazo de queso sin poder evitar recordar a su hermana, pero antes de poder decir nada volvió a hablar.

–¿Cómo te llamas?

39

Flores

Esparció la tierra nueva por la maceta con cuidado, como si intentase depositar cada partícula con delicadeza sobre las demás, y la mezcló con la tierra más seca con un pequeño rastrillo de mano, lentamente, dibujando figuras en arcos que entrelazaba entre sí. Arrodillado en el jardín bajo un sol deslumbrante sintió con satisfacción las gotas de sudor deslizarse por su piel, empapándole la camiseta. Apenas había permanecido unas semanas en el Reino de Hielo, pero su percepción del mundo exterior se había alterado sustancialmente. Notaba todo de forma más consciente, ya no dando por hecho lo que lo rodeaba como hasta hacía poco.

Retiró la planta de la maceta en la que la había comprado, cuyo tamaño se había vuelto demasiado escaso, y la colocó en el hueco que había abierto con las manos desnudas en la tierra para integrarla en su nuevo entorno. No le importó ensuciarse y, cuando el trabajo estuvo terminado, se sentó sobre sus piernas y observó distraídamente las partículas marrones y negras atrapadas entre sus uñas y la piel de los dedos.

Nunca había mostrado un interés en la horticultura semejante al de su hermana, le resultaba mucho más interesante el proceso de crecimiento de las otras plantas y árboles, de cuyo fruto obtendría más adelante alimento. No dejaba de fascinarle el hecho de que lo que era en realidad aquello creado para proteger la pervivencia de las semillas de las plantas era lo que precisamente él comía como fruta.

Lo que había comenzado como la forma de su madre de ponerlos a los dos en contacto con la naturaleza se había convertido en una afición que disfrutaba con constancia, día tras día, ampliando, modificando y experimentando con la esperanza de crear algo diferente, algo nuevo y mejor. La idea que llevaba días rondando por las profundidades de su confusa mente tomó de pronto una forma definida, perdiendo los bordes imprecisos que la habían llevado a diluirse con el caudaloso torrente de sus pensamientos.

Sin pensarlo demasiado se colocó una mano sobre el pecho y extrajo una flor en lo que había pensado que sería un proceso doloroso y la sostuvo como si se tratase del objeto más preciado que existía. Para él, en ese momento, lo era. Así como acababa de plantar unas flores con la esperanza de que creciesen y, en cierto momento, se reprodujesen, pensó si podría lograr lo mismo con aquella flor.

38

Madre

 –Preferiría que salieras con alguien con un nombre más bonito.

–¿Más bonito? ¿Cómo cuál?

–Azul.

–Azul no es un nombre, es un color.

–Es el nombre del color.

–Sí –sabía de la fase de los niños de querer saber el porqué de las cosas, su razonamiento lógico, pero en el caso de su hermana esa fase se había extendido excesivamente en el tiempo.

–Si el color puede llamarse «azul», ¿por qué no se puede llamar una persona Azul?

–Creo que las cosas no funcionan así.

–¿Por qué? –ahí estaba, «¿por qué?»; Víctor había llegado a odiar esa comunión terrible de palabras sin sentido, sabiendo que en ningún momento la respuesta podía ser «porque sí», jamás.

–Hay nombres de persona y hay nombres de cosas. No… –se atajó a tiempo, «no lo sé» era otra respuesta potencialmente peligrosa, ¿qué clase de persona mayor y figura de autoridad podía no saber algo?, y contraatacó con otra pregunta– ¿Por qué «azul»?

–Es mi color favorito.

–Ah…

–¿No te gusta?

–Sí, claro, es un color como cualquier otro.

–Como nombre –al contrario que la mayoría de los niños y muchos adultos, ella no perdía el hilo de su conversación, tenía las ideas claras y fijas en la cabeza, y cuando le asaltaba una duda no podía no empeñarse en resolverla.

–Pues… no me parece muy apropiado para una chica, ¿no?

–No. Pero para un chico sí. Es nombre de chico –decidió y sentenció en ese momento.

–Ya. Pero yo no puedo salir con un chico.

–¿Por qué?

–Yo ya soy un chico –Víctor se sintió desfallecer, como cuando la niña le había preguntado sobre los temas que más dificultad le ofrecían al hablar: el sexo y la muerte.

–¿Y por eso no puedes salir con un chico?

–Sí.

–¿No te gustan los chicos? –Cristina acababa de descubrir un mundo nuevo en el continuum de los gustos, para ella sólo las cosas malas eran dignas de desprecio.

–Pues no.

37

Flores

La mesa, como casi todo el mobiliario de aquel lugar, era de piedra. De piedra eran, evidentemente, las paredes, suelos y techos, pero también las mesas, las estanterías, las repisas, los bancos para sentarse… Víctor no creía que el aspecto de aquel sitio hubiese cambiado sustancialmente desde hacía mucho tiempo. Por fuera permanecía parcialmente cubierto de una generosa capa de hielo, y por dentro se apreciaban las marcas que los charcos del agua descongelada dejaban. Oía, en la lejanía, goteos del hielo que se deshacía lentamente.

–¿Y ahora, qué?

–No, no; sigue removiendo, que se te va a pegar –Víctor sintió la tentación de suplir el puesto del Príncipe ante los fogones, pero éste había expresado su intención de hacerlo él solo ya que, a fin de cuentas y aunque no deseado, Víctor era su invitado.

–Una vez que hierva todo un poco, lo retiras del fuego. Y ya está.

Con la temperatura creciente, el cargamento de comida que había recibido apenas unos días antes de su rescate había empezado a mostrar signos de prematura podredumbre, por lo que el Príncipe había decido hacer algo con toda la fruta a la vez. Víctor recordó las meriendas que le preparaba a su hermana, fuente de festines a los que los fines de semana se había solido unir su madre, complacida de la preferencia de sus hijos por una alimentación bastante sana.

El Príncipe revolvió con entusiasmo el puré de frutas que había resultado tras la primera cocción y triturado, de aspecto amarronado, hasta que empezaron a formarse burbujas de creciente tamaño, que al explotar en la superficie lanzaban pequeñas gotas de masa ardiente cada vez a más altura y distancia.

–Cuidado, no te quemes –Víctor repitió mecánicamente las palabras que con tanta frecuenta tanto él como su madre habían pronunciado en numerosas ocasiones en cuanto alguien se ponía frente al fuego, pero él se limitó a sonreír y, tras unos pocos segundos más, retiró la olla del fuego y colocó otra con agua.

La curiosidad del Príncipe por transformar aquellas cosas que, a su vez, ya se estaban transformando inevitablemente en otras, lo tenía perplejo; a él la cocina no le había generado nunca ningún interés especial.

36

Flores

Cuando abrió los ojos lo vio, inclinado levemente sobre él con una mano helada apoyada sobre su pecho como si sólo así pudiese cerciorarse de que respiraba, y se estremeció. Al percibir el movimiento, el hombre dirigió perezosamente la mirada hasta su rostro. Víctor reconoció los ojos, aquellos pedacitos de cielo que habían bailado ante sí en la delirante ensoñación que lo había arrebatado de los brazos de una muerte inminente.

–¿Estás bien? –la voz era la misma que habían transportado el viento y la nieve, cuyo sonido parecía despedazarse, envolviéndolo con una caricia dulce y fría.

–Sí… –Víctor, soñoliento y estupefacto, no supo responder otra cosa– Tengo frío.

El muchacho asintió con la cabeza, se levantó y salió de la estancia sin mediar palabra, lo cual contribuyó a aumentar la confusión de Víctor. Debió aprovechar aquel momento para averiguar dónde se encontraba, pero se limitó a mirarlo marcharse sin poder desviar la vista. Observó con detenimiento cada movimiento, en el más absoluto de los silencios, que pudo intuir bajo lo que se adivinaba como generosas capas de ropa.

Pese a haber descansado se notaba agotado y lento, sin saber discernir con exactitud lo que era real y lo que solamente lo parecía, pero el frío que sentía no lo animaba a dormir más. Se incorporó en la cama en la que había estado acostado y esperó con la vista fija en el hueco de la puerta a la vuelta de su escueto interlocutor, que regresó con una pesada manta que le colocó sobre los hombros con un gesto casi maternal. Se movía con gracilidad, como si nada pudiera resultarle un esfuerzo, de forma casi etérea.

Las preguntas deberían haberse agolpado en su mente y emergido atropelladamente por su boca, pero Víctor se limitó a fijar la vista en aquel hombre de edad incierta del cual no podía apartar los ojos. Todo en él le pareció perfecto: la piel blanca e impoluta, la voz suave y algo desgarrada, los movimientos fluidos y precisos, la curva de la caída del cabello escarchado sobre una oreja perfilada con maestría, el azul limpio y profundo de sus ojos… Supuso que aquella fascinación era producto de la extenuación a la que se había visto abocado tras su travesía por el hielo y se debía sobre todo al puro y simple hecho de que le había salvado la vida.

Su estómago, muy oportunamente, encontró el silencio muy apropiado para rugir con insistencia y el joven, de nuevo, se levantó del borde de la cama y se alejó.

–Te traeré algo de comer.

35

Hogar

KAI: Me marcho.

PRÍNCIPE: Lo sé.

KAI: En realidad… En realidad quiero quedarme.

PRÍNCIPE: Te lamentas por algo inevitable.

KAI: Vete a la mierda.

PRÍNCIPE: ¿Qué…?

KAI:                  Eres todo tacto.

PRÍNCIPE: Sabes que… Disculpa. Deberías irte. Si te quedas será peor para ti.

KAI: ¿Porque eres tan irresistible que…?

PRÍNCIPE:                                       Porque te estás consumiendo.

KAI: Lo sé. Lo sé. Es culpa tuya. Lo sabes, ¿no?

PRÍNCIPE: ¿Eso no es… crueldad?

KAI: Sí. Pero es la ventaja de tratar contigo.

PRÍNCIPE: ¿Te hace sentir mejor?

KAI: Me hace sentir como una mierda, Ne.

PRÍNCIPE: Sin embargo, tienes razón.

KAI: No, no la tengo.

PRÍNCIPE: Sí es mi culpa.

KAI: No. No, en realidad tú eres el más inocente de todos. Yo sabía en lo que me metía y que llevaba las de perder. Y aun así…

PRÍNCIPE: ¿Por qué lo hiciste?

KAI: Supongo que pensaba que te podía cambiar.

PRÍNCIPE: ¿Eso habría sido bueno?

KAI: Sí, claro. Por supuesto que no. No lo sé, no creo que pensase en eso al principio.

PRÍNCIPE: ¿Entonces?

KAI: Entonces… Deberías saber ya que muchas veces el cuerpo hace primero y la cabeza piensa después.

PRÍNCIPE: Sería mejor que no fuese así.

KAI: Sin duda. Le quitaría encanto a la vida, pero sí, nos ahorraríamos problemas…

PRÍNCIPE: ¿Adónde vais?

KAI: No estoy seguro. A casa de unos familiares.

PRÍNCIPE: ¿Volverás?

KAI: No lo sé. No. No creo que vuelva. No sería prudente.

PRÍNCIPE: ¿Por qué?

KAI: Tú mismo has dicho que me estoy consumiendo, Ne. No puedo tenerte cerca.

PRÍNCIPE: Pero, ¿y el tiempo? ¿No lo curaba todo?

KAI: Sí, hasta la vida. Pero tú no vas a cambiar. Y yo… no lo sé. No podría soportar enamorarme una segunda vez de ti, la primera ya me está matando.

PRÍNCIPE: Nunca fue mi intención…

KAI:                                           No, no, no, ya lo sé. No es un reproche, ya te he dicho que no es culpa tuya. Es simplemente… Aah… daría lo que fuera ahora mismo para que pudieras…

PRÍNCIPE: ¿Sentir algo?

KAI: Lo siento.

PRÍNCIPE: Lo sé.

KAI: No, es… Lo siento, es una disculpa. Es… tengo que irme, Ne. Es mejor que me marche ya.

PRÍNCIPE: Espero que tengas una vida mejor allá donde vayas.

KAI: … gracias. Quisiera… ¿puedo pedirte una última cosa?

PRÍNCIPE: Sí.

KAI: ¿Me negarías un último beso?

PRÍNCIPE: Nunca te he negado nada. Pero…

KAI:                                                       Shhhh, prefiero quedarme con un buen sabor de boca.

Robert Mapplethorpe, Kiss

34

Flores

El rumor, posteriormente confirmado, se extendió por la población en cuestión de horas. Juzgándolo un don extraordinario, a sus dieciséis años el adolescente con aspecto de niño fue nombrado salvaguarda de la ley en una votación popular que sorprendió a la familia. Quienes consideraron que tal don provenía de la gracia de un ser superior, convirtiendo a su vez también al adolescente en un ser superior, comenzaron a dirigirse a él como Príncipe. A la pregunta del niño por tal denominación, en vez de Rey, la respuesta le resultó absurda: ¿qué clase de rey no tiene una reina? Él les preguntó por qué no podía un rey tener a otro rey.

La ausencia de sentimientos que lo caracterizaba lo había convertido en un ser absolutamente parcial, justo. Por ello, con el paso del tiempo fue acaparando poderes ajenos a los asuntos legales que le habían sido otorgados. Aceptó los cargos de regidor, juez, consejero… Por sus padres. Durante años había sido consciente de que todo aquello que ellos sentían por él, él no era capaz de devolvérselo; y forzaba todo su intelecto intentando sentirse al menos culpable, pero no había nada en su interior. Él lo había sabido antes de que la bruja introdujese sus ardientes manos en su pecho y palpase el inmenso vacío que lo devoraba.

Sus padres le habían dado la vida, lo habían criado, educado y le habían dado todo lo que habían podido y lo poco que había necesitado. A él le pareció lo más lógico hacer todo aquello de lo que fuese capaz para provocarles la satisfacción que su ausencia de amor no podía darles. Sacrificio a cambio de sacrificio. De todos modos, todos aquellos trabajos no le suponían mayor esfuerzo.

Años después, una madrugada excepcionalmente lluviosa, su madre se resbaló en la calle cuando volvía con su padre de la boda de uno de los compañeros del colegio de su hijo. Su cabeza impactó con los adoquines del suelo y se impregnó de un rojo espeso que se diluía al contacto con el agua. Semanas después, el padre se dejó desaparecer en el río.

 

–No –Cian atajó con la mano a Víctor, que había hecho un amago de levantarse–. Déjame terminar primero –pidió con un hilo de voz, sin levantar la vista del plato a medio comer, que se había quedado frío.

03

33

Flowers

 “I would love to fuck you, will you let me?” he whispers in my ear, caressing me with his broken and fluid voice from which I drink like a hungry baby.

But it is not a question. It is in its origin: he is asking me, but when it reaches me it is not anymore; I only hear a desire, a longing that I know not if it is his or mine anymore. And he does not wait for an answer, why would he?, he already knows it, of course he knows it, it cannot be more obvious. Every single fibre in me, every pore from my skin writhes, impulses me against him and screams yes, of course yes, fuck me, disappear inside me and make me disappear with you.

He undoes the only button in his excessively antiquated underwear and he does not need his hands to get rid of it. No, he just gently swings his hips, slowly, like all of his movements, as if elegance fought with languor and made him into a simple continuum of seduction. He moves his hips while he moves his hands all over me and the fabric slides along his perfectly sculpted legs.

I know I am going to lose control, I feel it escaping from me like a handful of sand between my fingers, and I try to fight against it, to resist, because when the moment comes I will no longer be responsible of my actions and I will submit myself to his desires because they are the same as mine. I do not want to be a puppet, I need not to lose control. Once I have lost it I will be completely his, but he will not be mine, not fully. I barely know if he is it even a little.

His tongue tangles over my body opening trails of fire on its way; I melt and I feel myself starting to disappear when he glides it along my penis. I cannot help moaning, and with every moan it escapes from me a shred of my limited self-control. I get tense, or loose. Or…

I want to be able to think with clarity, but I palpitate inside his mouth and his moans blend with mine like a chorus that rises on the same rhythm and the echo of which jumps on the high ceilings of the room. But he retires in the middle of the way, not having gotten close to letting me finish, and I am thankful for it because I want to make this moment last, shape it in my hands and savour it.

The Prince separates my legs and places himself between them, he bends over me and licks my lips with the tip of his tongue.

“Yes…”

33

Flores

–Me encantaría follarte, ¿me dejas? –me lo susurra al oído, acariciándome con su voz rota y fluida y de la cual bebo como un bebé hambriento.

Pero no es una pregunta. En origen sí lo es: me está preguntando, pero cuando llega a mí ya ha dejado de serlo; yo sólo oigo un deseo, un anhelo que ya no sé si es suyo o mío. Y no espera una respuesta, ¿por qué habría de hacerlo?, ya la sabe, desde luego que la sabe, no puede ser más obvia. Cada fibra en mí, cada poro de mi piel se retuerce, me impulsa hacia él y le grita que sí, por supuesto que sí, fóllame, desaparece dentro de mí y hazme desaparecer contigo.

Se desabrocha el único botón de su ropa interior excesivamente anticuada y no necesita las manos para deprenderse de ella. No, se limita a balancear las caderas con suavidad, con lentitud, como todos sus movimientos, como si la elegancia luchase con la languidez y lo convirtiese en un simple continuum de seducción. Mueve las caderas mientras mueve las manos sobre mí y la tela se desliza sobre sus piernas perfectamente esculpidas.

Sé que voy a perder el control, lo noto escapar de mí como un puñado de arena entre los dedos, e intento luchar contra ello, resistirme, porque en cuanto llegue el momento dejaré de ser responsable de mis actos y me someteré a sus deseos porque son los mismos que los míos. No quiero ser una marioneta, necesito no perder el control. Una vez que lo pierda seré completamente suyo, pero él no será mío, no del todo. Ni siquiera sé si lo es un poco.

Su lengua se enreda sobre mi cuerpo abriendo senderos de fuego a su paso; me deshago y me noto comenzar a desaparecer cuando la desliza a lo largo de mi pene. No puedo evitar gemir, y con cada gemido escapa de mí un pedazo de mi reducido autocontrol. Me tenso, o me destenso. O…

Quiero poder pensar con claridad, pero palpito dentro de su boca y sus gemidos se mezclan con los míos como un coro que se eleva al mismo compás y cuyo eco da saltos por los altos techos de la estancia. Pero se retira a mitad del camino, sin acercarse a dejarme terminar, y lo agradezco porque quiero alargar este momento, malearlo entre las manos y saborearlo.

El Príncipe me separa las piernas y se coloca entre ellas, se inclina sobre mí y me lame los labios con la punta de la lengua.

–Sí…