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Flores

El rumor, posteriormente confirmado, se extendió por la población en cuestión de horas. Juzgándolo un don extraordinario, a sus dieciséis años el adolescente con aspecto de niño fue nombrado salvaguarda de la ley en una votación popular que sorprendió a la familia. Quienes consideraron que tal don provenía de la gracia de un ser superior, convirtiendo a su vez también al adolescente en un ser superior, comenzaron a dirigirse a él como Príncipe. A la pregunta del niño por tal denominación, en vez de Rey, la respuesta le resultó absurda: ¿qué clase de rey no tiene una reina? Él les preguntó por qué no podía un rey tener a otro rey.

La ausencia de sentimientos que lo caracterizaba lo había convertido en un ser absolutamente parcial, justo. Por ello, con el paso del tiempo fue acaparando poderes ajenos a los asuntos legales que le habían sido otorgados. Aceptó los cargos de regidor, juez, consejero… Por sus padres. Durante años había sido consciente de que todo aquello que ellos sentían por él, él no era capaz de devolvérselo; y forzaba todo su intelecto intentando sentirse al menos culpable, pero no había nada en su interior. Él lo había sabido antes de que la bruja introdujese sus ardientes manos en su pecho y palpase el inmenso vacío que lo devoraba.

Sus padres le habían dado la vida, lo habían criado, educado y le habían dado todo lo que habían podido y lo poco que había necesitado. A él le pareció lo más lógico hacer todo aquello de lo que fuese capaz para provocarles la satisfacción que su ausencia de amor no podía darles. Sacrificio a cambio de sacrificio. De todos modos, todos aquellos trabajos no le suponían mayor esfuerzo.

Años después, una madrugada excepcionalmente lluviosa, su madre se resbaló en la calle cuando volvía con su padre de la boda de uno de los compañeros del colegio de su hijo. Su cabeza impactó con los adoquines del suelo y se impregnó de un rojo espeso que se diluía al contacto con el agua. Semanas después, el padre se dejó desaparecer en el río.

 

–No –Cian atajó con la mano a Víctor, que había hecho un amago de levantarse–. Déjame terminar primero –pidió con un hilo de voz, sin levantar la vista del plato a medio comer, que se había quedado frío.

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