Hogar
–Mierda –cuando el muchacho apartó la vista del agua, vio a Kai con un dedo metido en la boca y una gota de sangre deslizándosele por la barbilla desde el labio inferior.
Fue a humedecerse el pulgar como reflejo del gesto que había visto hacer a su madre en numerosas ocasiones, pero en cambio se le acercó, le retiró la mano y le lamió la sangre en dirección contraria a la que había seguido la gota en su descenso. Volvió a girarse mientras la saboreaba para dejar descansar de nuevo la mirada en el agua. Kai sacudió la cabeza para deshacerse de la estupefacción con una sonrisa y retomó su tarea.
En una profundidad del bosque en la que no les era permitido adentrarse corría un río que se curvaba y dividía caprichosamente a lo largo del extenso tramo que se habían atrevido a explorar. El terreno se elevaba de forma desigual y escabrosa, cubierto de hierba y musgo. Sin embargo, en la orilla de una amplia curva rodeada de árboles habían descubierto un pequeño claro que el agua salpicaba rítmicamente y que la luz del sol cubría de un verde vibrante.
Una leve niebla le confería a cada forma un halo fantasmagórico la mañana en la que lo habían encontrado. Habían desembocado entre los rayos de un sol despejado que habían hecho a Kai sentirse transportado, atrapado en un instante en el tiempo mientras las gotas de agua suspendidas en el aire lanzaban minúsculos destellos.
–¿Puedes?
–No es tan fácil –replicó dando la última puntada.
–Podrías haberlos desabrochado.
–Ya. Supongo que a veces me cuesta contenerme –dejó a un lado la camisa con los botones recién cosidos y guardó la aguja para evitar cualquier accidente.
Paseó la mirada entre los movimientos de arena y ramas del fondo del río a través de la perfecta transparencia del agua y siguió el avance de un banco de diminutos peces que se deslizaban entrecruzándose como si realizasen una estudiada coreografía. Desvió la vista hasta su compañero, sentado a su lado con la mirada fija en los vaivenes del agua. Le pareció, como en otras ocasiones, una estatua, con su piel perfecta y fría, que le imponía un respeto reverencial. Y le resultó contradictorio casi no atreverse a tocarlo cuando apenas una hora antes habían hecho el amor en un arrebato de pasión en el que Kai le había hecho saltar los botones de la camisa de un tirón.