9

Un dia va trobar una llibreta petita que feia anys havia fet servir per escriure alguns dels seus poemes. Va haver-hi una època en què pensava que un escriptor havia d’escriure a mà, marcant cada lletra contra el paper amb força. Era el temps en què creia que la poesia existia. A la primera pàgina va llegir el següent:

“escric:

… amb la seguretat de
saber que
no hi ha
res més.

… amb la tranquil·litat de
tenir
la nevera plena
[de 84 cerveses]
i la panxa també
[d’arròs i
semen no expulsat]

… amb la certesa
de saber que
l’estufa
barboteja
querosè: n’escup
suficient
per a cremar-me
els ulls però
insuficient per sufocar-me
l’ansietat d’entendre
que encara no he
escrit
ni un bon
poema i

l’angoixa
de saber
que aquest tampoc
ho és.

… amb l’alleujament
d’haver estat llegint
contes
de Poe; i,
per tant,
saber que no és
tan difícil.

… amb la certesa de no tenir
calces al cap des de fa mesos.

… sabent que no sóc l’únic incapaç
de fer
allò que proclama.

… amb la tranquil·litat
d’entendre
que ningú
crea
un bon poema
abans dels 57
anys; abans
de descobrir que
pateix
un càncer; abans
d’haver estat
apunyalat
5 vegades; abans
d’haver
vist a
Déu o
alguna de
les seves imitacions
mentre feia
l’amor sobre una
taula de ruleta
[francesa]

… amb la seguretat que
crea
el fet d’acceptar que
estic sol.”

Va somriure. Era una llibreta d’aquella època introspectiva en què tot el que era important per ell eren els seus sentiments, per molt falsos i forçats que fossin. Devorava volums de poesia i tant li feia que l’autor hagués sigut assassinat cent anys enrere en una guerra civil o que fos un alcohòlic frustrat. Sempre que la poesia li sembles prou real, tota la resta li era ben igual. Pensava que aquella era la vida que volia, que d’alguna manera podria plasmar tot el que sentia en aquells poemes i que això el salvaria. Però mai va ser així. Va omplir llibretes i més llibretes amb el que ell considerava que eren poemes. Bastes imitacions d’allò que llegia d’altres autors. Filtrava totes aquelles sensacions que les lectures li produïen i les traslladava a la seva pròpia escriptura. Però no funcionava. Per a què les paraules quedessin marcades no era suficient amb prémer el bolígraf amb totes les seves forces. Requeria quelcom més. Calia saber escriure.

“Perdre una dona,
beure
més
del compte
o
trencar
una guitarra.

creure que pots,
no
creure res
o
simplement
plorar.

ballar amb la
lluna,
posar-te una
samarreta de
Black Flag
o
espantar la
gent.

res no és tan
important
com
entendre.

observar les
parets
no és
tan dolent
si pots veure la
porta també.”

Per sort, havien passat vuit anys i havia deixat d’escriure.

9

Su voz se quiebra al hablar. Sale de su boca en un fino hilillo, casi inaudible, y muchos de los asistentes al juicio inclinan sus cabezas a un lado y arrugan las frentes, iniciando el tantas veces repetido acto de simular atención. Es curioso como el inconsciente nos impulsa a estúpidos gestos como éste, haciéndonos creer que la posición de nuestras cabezas, o el número de arrugas en nuestro ceño, puede alterar mínimamente nuestra capacidad auditiva.

A veces olvidamos que lo más importante es querer escuchar lo que alguien quiere decirnos…

Por suerte, existen algunas preciosas ocasiones en las que la naturaleza del mensaje es tan clara, tan simple, tan justa, que su calidad sonora carece de importancia; el poder de las palabras pronunciadas, que no entiende de volúmenes, tonos, ni texturas, atraviesa todas esas barreras en la comunicación y se convierte en un modo oculto de poesía, una dulce e incuestionable canción de cuna para adultos.

Y esta tarde es sin duda una de esas ocasiones. La voz de un hombre de casi noventa años, sentado en el banquillo, comienza a pronunciar palabras que nadie en la audiencia quiere oír:

Nunca sabremos como habrían ido las cosas si la situación hubiera sido distinta, pero ahora ya es demasiado tarde para eso. Se nos echa la culpa de mucho de lo que pasó en aquellos días… De hecho, se nos echa la culpa de todo lo que pasó. Incluso hemos tenido que aguantar como algunos interpretaron nuestras acciones como un atentado a la estabilidad Europea, simplemente por la proximidad en el tiempo al conflicto en Crimea. Nos culpan de ser uno de los detonantes de la tercera guerra mundial… Algo que todavía hoy me parece increíble. 

El anciano hace una pequeña pausa para beber, el temblor de sus manos hace derramarse un poco de agua sobre el roble de la estrada.

Y luego está el tema del incendio. He escuchado que algunos políticos lo consideran un acto de brujería, algo que solo el demonio pudo haber provocado. En el siglo veintiuno, acogiéndose a la brujería. Durante años hemos demostrado que no hubo ninguna víctima mortal aquel nueve de noviembre. Hemos presentado pruebas, censos, documentación legal, firmas de ciudadanos que la prensa consideraba desaparecidos, e incluso declaraciones ante notario de supervivientes. Quieren que paguemos por todos los recursos empleados en las tareas de rescate, cuando esos recursos nunca llegaron a alcanzar nuestra tierra. Nos acusan de haber provocado lo que ellos llaman una catástrofe, cuando para nosotros fue un momento crucial para nuestra historia.

El anciano vuelve a hacer una pausa, pero esta vez no bebe agua, sólo mira a la audiencia durante un largo minuto de silencio. Algunos le devuelven miradas incómodas, otros bajan la vista.

No hubo incendio alguno, señores. No hubo fuego en ningún otro lugar que en sus retorcidas mentes. Lo único que hubo fue pasión por una idea, una ilusión incontrolable por alcanzar la libertad. Pero como en todo sistema totalitario que se preste, algunas ideas resultan demasiado peligrosas, incluso incendiarias.

¡Silencio! Grita el juez. El leve embrujo provocado por las primeras palabras del anciano parece haberse roto de pronto. ¡Llévense al acusado!

En a penas unos segundos, sin que se altere el silencio en la sala, dos agentes se acercan a la estrada y se llevan esposado a Francesc Bastida.

9

Nove

First, it was a book, a gift from his grandfather. A book that seemed innocent from the look of that girl who learned to read early. Her grandfather, widowed early, taught her how to locate some place names like Warsaw, Volga or the hidden Crimean peninsula in the Black Sea, always with certain evocations that the girl did not identify clearly at the time. Everything just to help the girl to escape for a while from the sticky, sad and defeated environment in the neighborhood where they lived in shacks, next to the Mediterranean.

The date of death of the poet was clear in the biography that began the poem book. It was the same biography that she found later in other books, a too short biography. However, then, at the age of 15 years, and by chance, the teenager knew that the poet was assassinated by a firing squad out of court. She wanted to believe that there should be someone who remembered more details, who remembered that fact, someone able to give clues to possible avengers, someone who could indicate reliable data about the people who were involved in the death, the murder of the poet.

The second element that pushed Núria to be dropped in revenge started with the noise of a zodiac along the beach, close to the shacks. This noise took the teenager to notice the sea, to witness the wild scene that was about to occur. She sees a woman, several meters away, holding something in her hands. The woman seems to be shrunk. The noise of the zodiac’s engine stops and the lantern, the thing that the woman was holding on her hands, sends out a signal: three light blows.

When all the beach was artificially illuminated by floodlights, Núria heard a noise and automatically threw herself to the ground, an instinct that would save her life in other similar situations. The woman falls to the ground pushed by a rope tied to her hips. The teenager looks astonished to a group of green shades coming from the lights, with machine guns, who are mercilessly killing the surprised people that are getting off the zodiac. Those last minutes still remain in Núria’s memories. And the third element: the garrote where his brother was killed.

9

Nove

O primeiro foi un libro, un agasallo de seu avó, que semellaba inocente dende a mirada daquela nena que aprendera a ler ben cedo e á que aquel home, viúvo tamén de forma temperá, ensinara a localizar, con certas evocacións que a nena non identificaba con claridade naquel tempo, topónimos, lugares como Varsovia, o río Volga ou a península de Crimea acochada no Mar Negro. Todo para que a nena fuxise durante un tempo do ambiente derrotado e triste, pegañento, do barrio de barracas onde vivían, ao carón do Mediterráneo.

A data da morte do poeta era clara na biografía que iniciaba o libro de poemas. Era a mesma biografía que encontrara despois noutros libros, unha biografía demasiado breve. Até que, coa idade de 15 anos, un pouco por casualidade, a adolescente soubo que aquel poeta fora asasinado por un pelotón de fusilamento de xeito extraxudicial. Ela estaba certa de que tiña que haber alguén que lembrase máis detalles, que lembrase aquel feito, que alguén debería estar en disposición de dar pistas a posibles vingadores, que puidese indicar datos fidedignos sobre as persoas que estiveron involucradas na morte, no asasinato do poeta.

O segundo elemento que empurrou a Núria a deixarse caer na vinganza empezou co paso lento dunha zodiac pola praia, preto da barraca, e que levou á adolescente a fixarse no mar, a ser testemuña da escena salvaxe que estaba a piques de producirse. Ve unha muller, a varios metros, que sostén algo entre as mans, semella encollida sobre si mesma. O ruído do motor da zodiac acala e a lanterna, era iso o que soportaba a muller entre as súas mans, emite un sinal composto por tres golpes de luz.

Entón Núria escoita un ruído e tírase ao chan de xeito automático, como se fose a chamada dun instinto que moito despois a sacaría doutras situacións semellantes, cando toda a praia se ilumina de súpeto polo artificio de grandes focos. A muller cae ao chan empurrada polo ímpeto dunha corda que leva atada ao van. A adolescente mira abraiada un grupo de sombras verdes que se achegan dende a liña que forman os focos, con metralletas, e que matan sen piedade ás persoas sorprendidas que baixan da zodiac. Aqueles derradeiros minutos da execución arrástranse pola esfera da memoria de Núria. Iso e o terceiro elemento: o garrote vil en que mataron a seu irmán.