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Mientras descendía por la ladera, Francesc comenzó a pensar con más claridad. Eran él y la oscuridad, como ciegos amantes intentando verse el uno al otro, palpándose los cuerpos como animales perdidos. Los latidos de su corazón eran lo único que podía oír, rápidos como los de un caballo en pleno trote, como queriendo salir de su pecho de un momento a otro.

Por primera vez en mucho tiempo, se concentró en apreciar la simple e indiscutible verdad por el silencio, tan enorme y claro en aquella larga noche. Allí, entre rocas y vegetación, aquel silencio se le entregó totalmente, envolviéndole con un mudo abrazo. Se le abrieron los oídos a todos esos otros sonidos misteriosos cuya existencia siempre había desconocido.

Aquellos eran sonidos escondidos en lo más profundo de su ser, atrapados entre latido y latido de su corazón, o simplemente ocultos tras el gutural sonido producido por su saliva al tragar. La mayoría de aquellos sonidos eran prácticamente inaudibles, fácilmente ahogados por el rumor de su estómago en las largas horas de ayuno, o el chirriar de sus dientes en momentos de extenuante esfuerzo físico.

Ruidos que habitaban los más oscuros y profundos rincones de su cuerpo, y que ahora por fin alcanzaba a distinguir. Fue sólo en aquel momento, concentrado en esas débiles ondas y vibraciones que acariciaban sus oídos, que finalmente fue capaz de oírla; tenía la voz más hermosa que jamás antes había oído.

“Prefiero no decirte mi nombre”, dijo aquella voz femenina, salida de la nada. “Tengo miedo de que todo lo que acaba de empezar pueda desaparecer en el momento en que lo haga. Lo he visto suceder muchas veces antes”

Francesc no comprendió entonces el porqué de aquella precaución. Nunca acabaría de comprenderlo. Años más tarde, sin embargo, en su lecho de muerte, Francesc confesó que aquel día, se había entregado en cuerpo y alma a la dueña de aquella misteriosa voz. Jamás volvió a pensar en nadie más. Se prometió a sí mismo que la amaría para siempre en silencio. Y eso hizo. Dedicó el resto de sus días a servir a una mujer a la que nunca podría ver.

Allí, entre rocas y vegetación, aquella bella chica también se le entregó totalmente, en silencio, envolviéndole con un mudo abrazo.

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