11

As he descended the slope, Francesc began to think more clearly. It was him and the dark, like blind lovers trying to see each other, feeling their bodies like lost animals. His heartbeats were all that he could hear, like a fast horse in the trot, as if his heart wanted to jump out of his chest at any moment.

For the first time in a long time, he concentrated on appreciating the simple and indisputable truth of silence, so huge and clear in that long night. There, among rocks and vegetation, silence gave itself to him, wrapping him with a silent embrace. He opened his ears of all those other mysterious sounds whose existence he had never been aware of.

Those were hidden in the depths of his being, trapped between beats of his heart, or just hidden behind the guttural sound produced by their saliva swallowing sounds. Most of the sounds were almost inaudible, easily drowned out by the sound of his stomach in the long hours of fasting, or the creaking of his teeth at times of strenuous physical exertion.

The noises inhabited the deepest, darkest corners of his body, and now he finally realised them. It was only at that moment, concentrated on those weak waves and vibrations that caressed his ears, that he was finally able to hear her; she had the most beautiful voice he had ever heard before.

“I’d rather not tell you my name,” said the voice, from out of nowhere. “I’m afraid that everything will just start to disappear the moment I do so. I’ve seen it happen many times before”

Francesc did not understand then the reason for this caution. He never really did. Years later, however, on his deathbed, Francesc would confess that he had devoted his body and soul to the owner of the mysterious voice that very same day. Never again he would think of anyone else. He promised himself he would love her forever, in silence. And so he did. He devoted the rest of his days to serve a woman he would never see.

It was there, among rocks and vegetation, that this beautiful girl also gave herself to him, in silence, wrapping him in a silent embrace.

11

Mientras descendía por la ladera, Francesc comenzó a pensar con más claridad. Eran él y la oscuridad, como ciegos amantes intentando verse el uno al otro, palpándose los cuerpos como animales perdidos. Los latidos de su corazón eran lo único que podía oír, rápidos como los de un caballo en pleno trote, como queriendo salir de su pecho de un momento a otro.

Por primera vez en mucho tiempo, se concentró en apreciar la simple e indiscutible verdad por el silencio, tan enorme y claro en aquella larga noche. Allí, entre rocas y vegetación, aquel silencio se le entregó totalmente, envolviéndole con un mudo abrazo. Se le abrieron los oídos a todos esos otros sonidos misteriosos cuya existencia siempre había desconocido.

Aquellos eran sonidos escondidos en lo más profundo de su ser, atrapados entre latido y latido de su corazón, o simplemente ocultos tras el gutural sonido producido por su saliva al tragar. La mayoría de aquellos sonidos eran prácticamente inaudibles, fácilmente ahogados por el rumor de su estómago en las largas horas de ayuno, o el chirriar de sus dientes en momentos de extenuante esfuerzo físico.

Ruidos que habitaban los más oscuros y profundos rincones de su cuerpo, y que ahora por fin alcanzaba a distinguir. Fue sólo en aquel momento, concentrado en esas débiles ondas y vibraciones que acariciaban sus oídos, que finalmente fue capaz de oírla; tenía la voz más hermosa que jamás antes había oído.

“Prefiero no decirte mi nombre”, dijo aquella voz femenina, salida de la nada. “Tengo miedo de que todo lo que acaba de empezar pueda desaparecer en el momento en que lo haga. Lo he visto suceder muchas veces antes”

Francesc no comprendió entonces el porqué de aquella precaución. Nunca acabaría de comprenderlo. Años más tarde, sin embargo, en su lecho de muerte, Francesc confesó que aquel día, se había entregado en cuerpo y alma a la dueña de aquella misteriosa voz. Jamás volvió a pensar en nadie más. Se prometió a sí mismo que la amaría para siempre en silencio. Y eso hizo. Dedicó el resto de sus días a servir a una mujer a la que nunca podría ver.

Allí, entre rocas y vegetación, aquella bella chica también se le entregó totalmente, en silencio, envolviéndole con un mudo abrazo.