29

Fuego

-¿Carencia afectiva? –preguntó Víctor con una media sonrisa.

-Así lo llamaban mis padres. ¿Te parece gracioso? –a Cian aún le costaba diferenciar lo humorístico de la burla.

-No, no; es muy… eufemístico.

-Esto me recuerda a algo que en realidad es gracioso.

-Tu memoria va funcionando muy bien, ¿no? –una vez pronunciado, el comentario sonó más acusador de lo que pretendía, pero Cian respondió sin dar muestra de ofensa alguna.

-Quizá solo estaba congelada, como todo lo demás.

-¿Qué hay de tu nombre? –inquirió con curiosidad, pero él se limitó a encogerse de hombros-. Bueno, cuéntame.

-Interrúmpeme cuando te aburra –le sonrió y Víctor asintió con la cabeza al tiempo que le indicaba con un gesto que comenzase.

Aquella tarde Kai había llegado corriendo a casa, había recorrido el pasillo a zancadas, había saltado al jardín y continuado desoyendo los gritos de su madre. Aminoró el paso conforme se acercaba a la cabaña para poder tomar un poco de aire, y cuando la alcanzó le dio la impresión de que estaba vacía. Con más pesar del que se atrevía a reconocer, se asomó de todos modos.

-¿Ne?

-Llegas muy tarde –la voz lo asaltó por la espalda.

-Disculpa –se apartó para dejarlo pasar, cargado de ramas.

-¿Has venido corriendo?

-No habría llegado nunca andando –Kai se dejó caer junto a la chimenea, agotado; y tras dejar los troncos, el muchacho tomó asiento a su lado.

-Ayer dijiste que hoy necesitabas hablar conmigo de algo importante.

-Sí –vaciló- Es… bueno, en realidad sé que no te vas a ofender, pero… Tu… carencia afectiva, como tú la llamas, ¿a qué se debe?

-Yo no lo llamaría así, pero es así cómo lo llaman mis padres. Es vacío. Nací así.

-Hay… he oído teorías acerca de ello. A la gente le encanta hablar de lo que no sabe –hizo una pausa porque desconocía si quería que se las contase e interpretó su silencio y atención como curiosidad-. Al parecer hay quien piensa que alguien te robó lo que quiera que sea que te falta. Hay varias versiones, de hecho. Pero la mejor teoría es en la que alguien, quizá tus padres o quizá tú mismo, en algún momento decidió guardar tu corazón. En una caja. Que ahora está perdida –no pudo evitar una risita nasal.

-¿Una caja cerrada con una llave o una contraseña?

-¿Importa mucho?

-¿No te sería más gracioso perder la llave u olvidar la contraseña pero mantener la caja? –el tono neutro y frío con el que razonó tal idea le produjo un acceso de risa a Kai.

-Perdóname.

-¿Por qué? Es ironía básica. ¿No es inherentemente graciosa?

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