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Hielo

Estaba seguro de que existían seres que habitaban en las zonas heladas del planeta, pero desde que había cruzado no había visto absolutamente nada moverse u observarlo excepto el casi permanente viento. En un par de ocasiones había percibido movimiento y se había quedado, completamente quieto, a la espera de volver avistarlo, pero no había sido nada más que sombras y aire en aquel inmenso mar de hielo y frío en el que se había sumergido.

Al séptimo día, tras una loma que no había podido evitar tener que, casi, escalar, creyó avistar la sombra lejana de una construcción, lo cual le provocó sentimientos encontrados. El avance, rápido y cargado de energía en un primer momento, se volvió temeroso rápidamente. Había evitado pensar a lo largo de los días en qué haría cuando se enfrentara al que, en su cabeza, había considerado como su enemigo.

En un mundo tan blanco y negro como en el que se había visto inmerso era inevitable pensar en tales términos. No podía ser de otra manera. ¿Cómo iba a calificar, si no, a quien había robado a su madre de todo rastro de aprecio y amor por sus hijos? ¿Quien había convertido las vidas de él y, sobre todo, de su pequeña hermana en una tan árida y espinosa como aquel terreno insufrible? Por otro lado, ¿con qué propósito? Todas eran preguntas sin respuesta que lo cargaban de una ansiedad asfixiante.

Al día siguiente, mientras se permitía sentarse a comer con cierta tranquilidad en un momento de preocupante calma donde el sol lucía radiante en un cielo impoluto, pudo observar con detenimiento que el castillo, al que calculaba que alcanzaría al final de la noche, despuntaba en lo alto de una elevación donde clareaba la nieve. Sin aliento se percató de que asomaban salientes de roca y parcelas de tierra muerta. El ascenso se le antojó mucho más duro que toda su travesía.

Terminó el último diminuto trozo de pan que le quedaba y pasó la mano por el interior vacío de su mochila. Sabía que podía subsistir sin comida durante algunos días, pero el cansancio acumulado y lo extrema que anticipaba la subida al castillo no le dieron buenos presagios. Con un suspiro se levantó conforme la ventisca comenzaba a alzar nubes de polvo blanco a su alrededor y emprendió la marcha nuevamente, intentando mantener la mente despejada.

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