Hielo
Se abrochó los botones del pantalón con torpeza. Pese al abrigo, temblaba de forma incontrolable y la incomodidad añadida de los guantes hacía que se le resbalasen entre los dedos antes de tener oportunidad de introducir cada pieza por su ojal. Había metido en una mochila comida suficiente para todo el tiempo que había pensado que duraría su travesía y se había vestido concienzudamente para soportar el frío que lo azotaría en cuanto cruzase al otro reino. Además, había podido recolectar del bosque todo aquello que había podido identificar como no venenoso.
Aun así, todos sus cálculos habían sido insuficientes.
Caminar por la llanura helada le estaba llevando más tiempo del que habría deseado. Continuamente se veía obligado, empapado por la nieve y el viendo cargado de humedad, a tomar desvíos. Con frecuencia se hundía en montañas de polvo blanco de profundidad variable que se adhería desagradablemente a su ropa y se derretía al contacto con su calor corporal, que notaba desaparecer con el paso de los días.
La soledad y el continuo ulular del viento, que se introducía cortante por cada resquicio libre entre su bufanda y su capucha, y que le hacía llorar y arder los ojos, se hacía cada vez más insoportable. Se sentía desfallecer en su persistente caminata y sentía crecer la desesperación cada vez que paraba. Sin embargo, caminaba con seguridad, consultando una brújula que se había anudado al cuello y disfrutaba en las breves ocasiones en las que un claro nocturno le permitía observar las estrellas, deleitándose en la más absoluta oscuridad del reguero de luces que parecía invitarlo a unirse a su camino.
Eran esos momentos en los que la calma y el silencio, sólo roto por su respiración y el palpitar fervoroso de su joven corazón, los que lo imbuían de fuerzas suficientes para seguir caminando con determinación hacia su destino. La absoluta seguridad ante la imposibilidad del abandono de la empresa que había sentido al emprender la marcha no flaqueaba, aunque su mente, apenas desafiada por la orografía, se expandía, y su corriente de pensamiento saltaba entre cuestiones que nunca había tenido tiempo de preguntarse anteriormente.
Cuando el aire se limpiaba de nubes de nieve, la blancura que se le ofrecía a la vista parecía un desierto de arena descolorida. Se le antojó un paisaje impresionantemente atractivo por su llanura salpicada de elevaciones, dunas que sortear como si sólo fuesen obstáculos colocados a placer para impedir su camino.