18

Hielo

Tomó un último aliento, que le provocó punzadas agónicas en los pulmones, y le dedicó ese aire al último esfuerzo consciente del que se vio capaz. Se asió a la roca más cercana para no deslizarse por la pendiente en cuanto perdiese la consciencia mientras se preguntaba de qué le servía, si de todos modos su inevitable destino estaría marcado en el momento en el que cerrase los ojos. El aire era tan frío que notaba la piel agrietarse, sin dolor; y estaba tan cargado de nieve que apenas podía vislumbrar la sombra de sus propias manos, sujetas con dificultad al saliente.

El agotamiento le impidió un arranque de ira y desesperación que habría quemado la poca energía de la que disponía. Sintió levemente cierta pena de sí mismo. ¿Por qué? era lo único en lo que era capaz de centrarse, sólo esas palabras flotaban en su mente de forma intermitente; eran las únicas a las que creyó encontrar cierto sentido, aunque no respuesta.

 

–Te he estado buscando tanto tiempo.

No era la primera vez que oía esa voz o esa misma frase. Se repetía en un bucle infinito a su alrededor, cada vez más cerca, traída por el tiempo y el espacio; y se adhería a su piel como si solamente ella pudiera rescatarlo.

–Te he estado buscando tanto tiempo… Vuelve a mí.

La voz se rompía y aun así emanaba una dulzura apremiante, la ansiedad de ser escuchada. Lo acariciaba incesantemente con sus dedos gastados, y allí donde perdía el contacto las punzadas de dolor provocadas por el frío emergían con crueldad.

Reaccionó con lentitud, con extrañeza; recordaba haberse abandonado a la muerte sin siquiera un último aleteo de falsa victoria y le sorprendía despertar de nuevo. No quiso preguntarse si estaba vivo. Si no lo estaba, se sucederían demasiadas preguntas para su cansado cuerpo y extenuada mente. Quería, en realidad, descansar; pero la voz, eterna y etérea, lo empujó fuera de su ensoñación cuasi febril.

–Te he estado buscando tanto tiempo… Vuelve a mí… No me dejes ahora.

Abrió los ojos sin saber si la voz pertenecía a un cuerpo, apenas atemorizado, y ante sí sólo vio azul. Dos ojos del azul del cielo en una mañana de primavera, brillante y luminosa, cautivadora.

Bookmark the permalink.

Comments are closed.